La primera recomendación es esta viñeta de El Roto, publicada hoy por El País, tanto en su edición impresa (pag. 17) como digital. No creo que haya que añadir comentario alguno.
La segunda recomendación, si se me permite, es un artículo de la escritora y catedrática de Literatura, Carmé Riera, que aparece en la misma página de la edición impresa de El País, aunque es de suscripción en la digital. El artículo se titula “Más despensa que escuela” y cuenta su convicción de que tanto ella como un grupo de antiguos colegas y amigos, que se reúnen desde hace décadas en una tertulia periódica, surgida al albur de unas oposiciones académicas, se equivocaron en los pretéritos años setenta de la transición, cuando decían que “el problema de nuestro país, a la cola de Europa todavía en los setenta, sólo se solucionaría con una enseñanza de calidad, igualitaria y obligatoria, que considerábamos condición indispensable para el cambio social o incluso de la educación hacíamos depender la renta per cápita”.
Carmé Riera ha sido durante todos estos años la encargada de mantener una especie de actas de esas tertulias, donde ha ido recogiendo temas y opiniones abordadas. Revisa ahora sus cuadernos, acometida por la inclinación melancólica a la que la conduce el fallecimiento de uno de los amigos y la edad, asegura ella. “La educación, quizá porque éramos profesores, nos parecía a todos tan fundamental como la sanidad o más, pues entendíamos por educación, una formación integral del individuo que le capacitara para el ejercicio de la libertad que otorga el conocimiento de deberes y derechos, además de convertirle en un buen catador de bienes culturales de esos que sirven para el disfrute anímico, pues creíamos a pies juntillas que no sólo de pan vive el hombre. A estas alturas, cualquiera puede observar que nos equivocamos”.
Admite Carmé Riera el triunfo en cuanto a escolarización y erradicación del analfabetismo. Admite el avance de la sociedad del bienestar, sin duda. Pero interpone su convicción de fracaso a la hora de dotar a la ciudadanía de valores educativos reales, que conllevan el ejercicio de responsabilidad que implica, “por ejemplo, no conducir borracho, no asestar una puñalada a la parienta porque no acepta la superioridad masculina, o saber discernir entre un programa de telebasura y otro que no lo es y optar por éste último”. Su desesperanza le hace concluir su artículo: “Esa escuela y despensa imprescindibles para el progreso, de las que hablaba Joaquín Costa y también los institucionalistas y regeneracionistas, con los que los antifranquistas nos sentíamos entroncados, se ha quedado sólo en despensa… De los garbanzos, que, según don Juan de Valera, embotaban el cerebro de los españoles y por eso eran tan duros de mollera, hemos ido a parar a la comida basura… Pero, vivimos, aseguran, en el mejor de los mundos posibles y la economía española sigue creciendo. Con el estómago lleno, la carencia de escuela o lo que es lo mismo el desastre nacional de la enseñanza, cuyos malos resultados nos colocan a la cola de Europa, no parece preocupar demasiado a los ciudadanos. Tampoco a nuestros gobernantes, incapaces de llegar en todos estos años a un pacto de Estado sobre educación. El cuaderno de nuestra tertulia confirma hasta que punto nos equivocamos en las previsiones”.
(Carmé Riera: “Más despensa que escuela”, El País, lunes, 21 de mayor de 2007, página 17).
La segunda recomendación, si se me permite, es un artículo de la escritora y catedrática de Literatura, Carmé Riera, que aparece en la misma página de la edición impresa de El País, aunque es de suscripción en la digital. El artículo se titula “Más despensa que escuela” y cuenta su convicción de que tanto ella como un grupo de antiguos colegas y amigos, que se reúnen desde hace décadas en una tertulia periódica, surgida al albur de unas oposiciones académicas, se equivocaron en los pretéritos años setenta de la transición, cuando decían que “el problema de nuestro país, a la cola de Europa todavía en los setenta, sólo se solucionaría con una enseñanza de calidad, igualitaria y obligatoria, que considerábamos condición indispensable para el cambio social o incluso de la educación hacíamos depender la renta per cápita”.
Carmé Riera ha sido durante todos estos años la encargada de mantener una especie de actas de esas tertulias, donde ha ido recogiendo temas y opiniones abordadas. Revisa ahora sus cuadernos, acometida por la inclinación melancólica a la que la conduce el fallecimiento de uno de los amigos y la edad, asegura ella. “La educación, quizá porque éramos profesores, nos parecía a todos tan fundamental como la sanidad o más, pues entendíamos por educación, una formación integral del individuo que le capacitara para el ejercicio de la libertad que otorga el conocimiento de deberes y derechos, además de convertirle en un buen catador de bienes culturales de esos que sirven para el disfrute anímico, pues creíamos a pies juntillas que no sólo de pan vive el hombre. A estas alturas, cualquiera puede observar que nos equivocamos”.
Admite Carmé Riera el triunfo en cuanto a escolarización y erradicación del analfabetismo. Admite el avance de la sociedad del bienestar, sin duda. Pero interpone su convicción de fracaso a la hora de dotar a la ciudadanía de valores educativos reales, que conllevan el ejercicio de responsabilidad que implica, “por ejemplo, no conducir borracho, no asestar una puñalada a la parienta porque no acepta la superioridad masculina, o saber discernir entre un programa de telebasura y otro que no lo es y optar por éste último”. Su desesperanza le hace concluir su artículo: “Esa escuela y despensa imprescindibles para el progreso, de las que hablaba Joaquín Costa y también los institucionalistas y regeneracionistas, con los que los antifranquistas nos sentíamos entroncados, se ha quedado sólo en despensa… De los garbanzos, que, según don Juan de Valera, embotaban el cerebro de los españoles y por eso eran tan duros de mollera, hemos ido a parar a la comida basura… Pero, vivimos, aseguran, en el mejor de los mundos posibles y la economía española sigue creciendo. Con el estómago lleno, la carencia de escuela o lo que es lo mismo el desastre nacional de la enseñanza, cuyos malos resultados nos colocan a la cola de Europa, no parece preocupar demasiado a los ciudadanos. Tampoco a nuestros gobernantes, incapaces de llegar en todos estos años a un pacto de Estado sobre educación. El cuaderno de nuestra tertulia confirma hasta que punto nos equivocamos en las previsiones”.
(Carmé Riera: “Más despensa que escuela”, El País, lunes, 21 de mayor de 2007, página 17).
6 comentarios:
Excelentes tus dos recomendaciones.
El Roto habla por sí sólo.
El desaliento de Carme Riera es explicable, aunque no lo llevaría yo al extremo de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Conocí los tiempos en que el prestigio en la enseñanza se conseguía expulsando a los menos dotados y abandonando a su suerte a los más problemáticos, que a menudo lo eran de forma temporal.
Los problemas de violencia familiar o de alcoholismo eran los mismos, pero menos patentes.
Hoy día hay que constatar que el posible fracaso de la educación actual es parte del fracaso de la educación precedente (Los problemas son más ahora de los padres que de los hijos)
Besos
Totalmente de acuerdo con Carme Riera. Ybris, el hecho de que en una sociedad subdesarrollada como la española durante dos tercios del siglo XX se produjeran la violencia o el alcoholismo, y muchas otras lacras, y que a estas alturas se sigan produciendo, debería hacer reflexionar en el sentido que marca Riera en su artículo.
El Roto, buenísimo, como siempre.
Saludos
Entiendo lo que dices, Ybris. Perfectamente. Sé que está siendo muy dificil mantener la coherencia en el sistema educativo. Y los problemas de los padres sin duda se adquieron en el pasado y son evidentes. Pero creo que es cierto, que por la razón que sea, los adolescentes y jóvenes actuales adolecen de una evidente falta de responsabilidad. Y en eso estoy plenamente de acuerdo con el artículo de Carmé Riera.
El Roto es una mente privilegida, Alfredo. Tanta capacidad de síntesis. Yo en general, también estoy de acuerdo con el planteamiento de Riera, aunque desde luego si entramos en análisis habría que matizar cosas, recolocar otras y todo éso. Pero creo que existe esa sensación general de que algo falla y algo grave. Yo la tengo, por eso he querido recoger el artículo.
Un abrazo.
Muy buena recomendación. Es lo de siempre, mientras los estómagos estén llenos, estaremos agradecidos. El bienestar "aparente" hace que las necesidades "latentes" no se noten o no tengan la importancia necesaria para avanzar. El culto al cuerpo y al coche son dos ejemplos de preocupaciones más comunes que la educación.
Bastante deprimente, pero bueno, cada uno que lo salve como pueda, que todo grano de arena hace playa.
Coincido contigo, MM. Lo que ocurre es que los estómagos llenos no son malos, claros. Eso siempre es lo primero. Yo no creo que sea tan incompatible llenar el estómago y llenar la cabeza de algo más que culto al coche, al cuerpo, a los programas basura... Tampoco creo que sólo haya de ésto en nuestra sociedad. Pero sí es cierto que a veces una piensa que los ciclos históricos se repiten imitando viejas épocas peligrosamente.
En fin.
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