viernes, 11 de mayo de 2007

Titirimundi




Estos días se celebra en Segovia el festival de títeres, Titirimundi, que cumple este año su vigésimo primera edición. La ciudad entera se convierte en escenario de las representaciones, farsas e historias que discurren en manos de títeres, marionetas, mimos, titiriteros, actores, músicos y gentes en general de similar ralea. La fiesta es tan explosiva que su influencia llega a otros muchos puntos de la geografía de Castilla y León y de la Comunidad de Madrid. Del todo recomendable para el que pueda asistir a alguna de la sesiones de mágica farándula. Y quienes no podamos, nos daremos más de una vuelta por la web que nos las cuenta y sentiremos una arlequinesca melancolía.

No sé cuándo me empezaron a conquistar los títeres y marionetas. Supongo que al principio me gustaban como les gustan a todos los niños. Luego esa fascinación por el muñeco en movimiento, con su capacidad de remedar historias de los hombres y sublimarlas o ridiculizarlas sin compromiso, con entera libertad, me fue llevando ya a un interés de otro tipo, digamos un poco más elaborado. Sin embargo, he de reconocer que mi relación con los títeres y marionetas es mucho más emocional que intelectual. Me gustan en sí mismos, como objetos. Pero además para mí son mágicos. Como lo han sido en realidad desde el comienzo de su historia entre los humanos, puesto que su origen parece estar ligado a todas luces con las ceremonias y creencias religiosas: en Egipto, en China, en India, en Turquía, o luego ya en Grecia y Roma. El cristianismo los desterró luego de su mundo, mas ellos resurgieron.

A lo largo de la historia ni títeres ni titiriteros han tenido buena prensa. Siempre han sido mirados de reojo y con mucho resquemor por los poderes establecidos. Incluso han sido prohibidos en varias épocas. Su ligazón con los seres humanos es, no obstante, mucho más importante de lo que cualquier poder puede manipular. Tiene que ver con lo que no llegamos a explicarnos. Con nuestros espejos. Con nuestra necesidad de conjurarnos en historias que nos exorcicen del tiempo, del espacio y de su fatalidad. El títere pertenece al mismo rango expresivo que la pintura, el teatro, el cine, el video: nos cuentan cosas de nosotros mismos mediante imágenes subyugantes. Sobre todo al de los tres últimos, porque el títere necesita también movimiento para completar su poder. Acaso el primer títere fue el mismo hombre prehistórico en su cueva, es decir la sombra de ese hombre. Por eso un títere quieto, una marioneta en reposo, tiene algo perturbador que desaparece en cuanto se mueve. Por eso nos fascina tanto la relación de los muñecos y sus manipuladores, cuando éstos se convierten a su vez en parte del espectáculo, desde los actores que actúan junto a los títeres y marionetas hasta los ventrílocuos.





Tengo en casa algunas marionetas. Todas, menos una, me las han regalado amigos generosos que me conocen. La última ha venido desde Birmania en manos de Marisa Lamarca y es la que pongo en la fotografía. La más rara es una marioneta que me representa a mi misma. La hicieron hace bastantes años otros amigos con sus propias manos y es una imagen muy aproximada de cómo era yo entonces, cigarrillo incluido. Todas mis marionetas están a la vista, excepto ésta: porque el tiempo ha pasado para ella igual que para mí, y no quiero verla. Me hace pensar cosas extrañas. Nunca he sabido si agradecerles el regalo o no a mis amigos, la verdad. La hicieron de barro, como dios al hombre y a la mujer.

En Titirimundi participan dos compañías aragonesas de renombre internacional: Los Titiriteros de Binéfar y Teatro Arbolé. Precisamente hace unos poquitos días compré en Cálamo un libro editado por Teatro Arbolé, en su colección Librititeros, que estoy leyendo con sumo interés: “Títeres: historia, teoría y tradición”, del cubano Freddy Artiles, investigador teatral especializado en el teatro de títeres y para niños. El libro se estructura en tres partes bien diferenciadas: en la primera Artiles traza un recorrido por la historia universal del títere a través de las diferentes civilizaciones y épocas. En la segunda cuenta las formas tradicionales del teatro de títeres, como el Karagoz turco, el bunraku de Japón, las representaciones chinas, los pupi sicilianos o los títeres africanos. Y finalmente, en la tercera parte se centra en cuestiones teóricas y de técnica de manipulación. Todo ello con un montón de fotos muy interesantes. Si os gustan los moñacos, este libro es una gozada.


** Actualización: María Manuela ha recordado en su comentario la canción de Serrat, El Titiritero. Iba a copiar aquí la letra, pero mejor dejo el enlace a Cancioneros.com, donde aparece y podeis leerla. Hay una versión en un video de Youtube, pero es que es muy mala.


* La primera imagen viene desde la web de Titirimundi.

8 comentarios:

ybris dijo...

Es un festival que merece la pena.
A mí siempre me han gustado los títeres y los titiriteros justo por lo mismo que nunca les gustaron a los poderes establecidos: tienen el poder de emplear un lenguaje crítico con ellos sin que se les pueda atacar como revolucionarios justo por la ambigüedad de su expresión que provoca el guiño comprensivo del espectador que lo contempla.

Besos

Anónimo dijo...

Toda la razón tienes, Ybris. La ambigüedad es un valor que juega a su favor y que les añade a los títeres la riqueza de todos los dobles sentidos de los lenguajes.

Besos (ya menos ciaticosos).

entrenomadas dijo...

Los pupis sicilianos que misteriosos son.Una mascara como la tuya no la tiene todo el mundo. Esa es muy especial.

Luisa, estoy en un ciber-café y como soy algo torpe no sé si saldrá el comentario bien. De hecho se ha tragado dos que había escrito antes.

Espero que estés mejor.
Besos,
Marta

Magda Díaz Morales dijo...

Me gustan los títeres, Luisa. Recuerdo que cuando mi hijo era chiquito jugaba con él a los títeres. Ponía mi escenario y toda la cosa y realizaba un cuento :-) Ojalá que nunca se acabe esta tradición, es muy bonita.

Un escelente festival.

Chalá perdía dijo...

Es de aquella raza, que de plaza en plaza, nos canta su pena alehop!!!

Me has recordado esta canción y esos saltimbanquis, cómicos y poetas que repartían alegría de manera proporcional a la miseria que iban encontrando en su viaje a ninguna parte.

Anónimo dijo...

Marta, salió bien el comentario. Los pupis y casi todos los títeres tienen su misterio, ¿no?.
Ando mejor (en todos los sentidos)
Besitos ciber, pues.

Anónimo dijo...

Los teatrillos... siempre me han gustado tanto. Pero, fíjate nunca he tenido uno. Todavía lo sigo esperando. Qué bien que hiciste tus cuentos con tu niño! Yo creo que con esto del teatro tengo una vocación frustrada.
Besos, Magda.

Anónimo dijo...

¡Es verdad, la canción de Serrat, MM! Titiritero, alehop, de feria en feria... cantas tus sueños y tus miseeeeeeriassss... Con lo que la he cantado y ahora no había pensado en ella. ¡Qué fallo, mara meva!