lunes, 27 de agosto de 2007

Penumbras


"Mujer en su tocador" (Matisse)

Me gusta muchísimo la luz del verano. La luz sin fisuras, deslumbrante, del Mediterráneo. La luz que cabrillea sobre el mar y casi duele. La endurecida e infinita luz del estiaje del Ebro en sus riberas. Las largas horas de luz estivales son un alimento que administro para el resto del año. La luz que atraviesa en mi memoria todos los veranos vividos.

Pero también me gustan mucho las penumbras del verano. Las penumbras con que la sabiduría ancestral de los pueblos del Mediterráneo ha hecho frente al calor aplastante del estío. Recuerdo con especial cariño la fresca penumbra matinal de la cocina de la casa de mi abuela, en un pueblo del Jalón; o la más espesa penumbra de la hora de la siesta en el dormitorio de la planta baja, con las cigarras atronando desde todas las esquinas blancas de la tarde. La penumbra, el silencio dentro de los muros, y el solitario canto-ruido del exterior irrespirable, traen a mi imaginación una de las más puras sensaciones de los veranos de mi infancia. El tiempo lento.

Mi madre tenía igualmente la costumbre, en el verano, de bajar temprano todas las persianas de casa, después de haber refrescado los suelos, procurando dejar abiertas las ventanas a través de las cuales entraban en las habitaciones las tan agradecidas corrientes de aire. Y me he dado cuenta de que yo sigo haciendo lo mismo en esta casa, aunque este verano nos haya sorprendido con un tiempo casi otoñal. Pero tanto ayer como hoy, aquí en este lugar donde apuramos ya las últimas horas de las vacaciones, ha vuelto el verano en su más espléndido traje. Y por fin he podido recuperar en este estío aquella antigua sensación de luces y penumbras. Afortunadamente esta casa ha heredado la sabiduría con que antes se construía: evitando en todo lo posible las agresiones del clima; procurando el aprovechamiento de sus dones. Así que seguimos practicando las viejas costumbres: buenos toldos, bajar persianas, abrir al norte y al sur para crear corrientes de aire (si sopla brisa del sur, desde el mar, mucho mejor que cuando el viento viene desde los montes, más frío y violento). Mucho mejor la brisa de la penumbra que el aire acondicionado.

Las de los toldos también son buenas penumbras. Sobre todo al mediodía, hora de soledad acompañada de un café y un buen libro, por ejemplo. O de un puñado de gente querida con la que prolongar las horas del mediodía, que son horas que no acaban. En esto pensaba ayer, bajo el toldo, entre mis manos "Los libros arden mal" de Manuel Rivas (siempre voy con retraso, aunque entiendo que en ésto de la literatura no debiera haber tantas prisas); cerca, al otro lado de la calle, el rumor somnoliento de un grupo de personas que rebullían junto al chapoteo de la piscina y un encadenamiento de melodías nostálgicas. Tópica, y a menudo un “puntito hortera” imagen del verano, que, sin embargo, ligó de pronto este verano a otros veranos, de nuevo, de la infancia.

“Santa mandra del migdia”, canta Serrat en la canción “Cremant nuvols” del disco “Mô”. Y esa canción cobija sin duda la penumbra interior del mediodía de verano, mientras afuera las nubes queman bajo el sol. Benditas penumbras veraniegas donde todo es posible: el sueño, la lectura, la soledad, la compañía, la nostalgia, los proyectos pensados entre cabezada y cabezada. Bendita penumbra en la que sobre todo es posible el amor.


Ahora escribo todo esto también envuelta en la penumbra del salón. En frente de mí, el toldo del jardín esquiva el sol de las cuatro de la tarde y “el noi Serrat” me guiña un ojo con su música, mientras insiste la chicharra interminablemente.







Esta es la letra de la canción "Cremant núvols" que canta Joan Manuel Serrat en el video de arriba, y que creo ya traje a este blog en un antiguo post:



Cremant núvols passa el sol
vertical i el món s\'atura.
Demanant pietat al foc
s\'amaguen les criatures
a l\'ombra de qualsevol
ombra que Déu els procura.
Cremant núvols passa el sol.

El dia cau de genolls
pidolant la migdiada.
A les parpelles amb son
els rellisca un fil de baba.
I tot dol i res no vol
i tot pesa i res no passa.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa.

L\'ànima abandona el cos
tèrbola i embriagada,
fantasia d\'un amor
d\'eternitat limitada.
No treu banyes el caragol
ni s\'enfila a la muntanya.
Cremant núvols passa el sol.

Vigila en travessar el bosc
que els matolls, orfes de pluja,
podria calar-s\'hi foc
si els freguessis amb les cuixes.
A l\'ombra del teus llençols
t\'espero, no triguis massa.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa.

Patrona dels inactius,
Santa Mandra del Migdia,
protegiu l\'amor furtiu:
si així ho vol Déu, així sia,
especialment al juliol
quan, reclamant companyia,
cremant núvols passa el sol.

Cremant núvols passa el sol,
i tu i jo cardant a l\'hora
que en altres contrades plou
i a una altra part el món plora.
Uns de festa, altres de dol,
uns lluiten, d\'altres s\'abracen.
Cremant núvols passa el sol,
cremant núvols el sol passa


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Quemando nubes pasa el sol
vertical y el mundo se detiene.
Rogando piedad al fuego
se esconden las criaturas

a la sombra de cualquier
sombra que Dios le procura.
Quemando nubes pasa el sol.

El día se hinca de rodillas
mendigando la siesta.
De los párpados, con sueño,
resbala un hilo de baba

y todo duele y nada quiere,
y todo pesa y nada pasa.
Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.

El alma abandona el cuerpo,
turbia y embriagada.
Fantasía de una muerte
de eternidad limitada.

No saca los cuernos el caracol
ni se encarama por la montaña.
Quemando nubes pasa el sol.

Cuidado al cruzar el bosque
que los matorrales, huérfanos de lluvia,
podrían arder
si los rozaras con los muslos.

A la sombra de tus sábanas
te espero. No tardes demasiado.

Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.

Patrona de los inactivos,
Santa Pereza de la tarde,
proteged el amor furtivo
-si así lo quiere Dios, que así sea-,

especialmente en julio,
cuando reclamando compañía
quemando nubes pasa el sol.

Quemando nubes pasa el sol
y tú y yo echando un polvo mientras
en otros rincones llueve
y otra parte del mundo llora.

Unos de fiesta, otros de luto.
Unos luchan, otros se abrazan.
Quemando nubes pasa el sol.
Quemando nubes el sol pasa.

9 comentarios:

ybris dijo...

Deliciosa estampa veraniega la tuya, amiga.
Con Matisse, Serrat, un precioso paisaje y...
¡penumbra!
Adoro la penumbra.
No somos muchos.

Besos

Magda Díaz Morales dijo...

Tu escrito me ha encantado, Luisa, y me ha traido hermosísimos recuerdos. Mi madre hacía lo mismo que la tuya, en el verano bajaba las persianas de casa, después de haber refrescado el ambiente y los suelos. Esa delicia de las corrientes de aire. Y yo, al igual que tu, ahora hago lo mismo. Qué cosas.

Recuerdo cuando íbamos de vacaciones a la hacienda de mis abuelos, esos cocullos prendiendo y apagando cuando iniciaba el caer de la tarde, y ese correr del agua del río sobre los chinos (piedras de río, redonditas y lisas) en la parte de atrás, y en la de adelante el mar, la playa. Qué belleza era ver meterse el sol. Cómo la pasábamos de bien chicos y grandes.

Qué ganas de tener una máquina del tiempo...

Anónimo dijo...

Pues sí, tu texto me ha hecho retroceder en el tiempo a mis veranos en el pueblo, cerquita del Perejiles, inmenso caudal (de aire). Yo, que soy anti-siesta, allí no puedo reprimirme. ¿Qué se puede hacer si no en las horas centrales del día con todo en penumbra? Dormir, o similares.
Preciosa la canción.
Besos

Fernando dijo...

Resguarda la tarde sus silencios y en su abanico el aire se acomoda.
Nos cerca la chicharra con su llamada ancestral y tú y yo sin mirarnos buscamos otros paisajes, otros tiempos, aquellos en que la penumbra era un bien de estado y las baldosas húmedas creaban el ambiente de la obligatoria siesta.
Veranos en el campo donde el sol reinaba con su ácido limón y las horas parecían más largas que ahora, pero éramos niños que buscaban los descuidos de los mayores para huir a la plaza, bajo los soportales jugábamos al gua y sólo volvíamos a casa a por la merienda...ese pan con vino y con azúcar...quizás sólo sea un sueño del verano y de mi infancia.

Luisamiñana dijo...

Las penumbras estivales resultan de lo más evocadoras, seguramente para todos. A parte de los recuerdos a los que aludo en el texto, a mi me trajeron enseguida a la mente el cuadro de Matisse y la canción de Serrat. Me alegro de que te haya motivado esta asociación, Ybris. Las penumbras....

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Magda, intenté ya ayer decirte (Blogger a veces también hace cosas raritas) que me parecían preciosos esos recuerdos tuyos. El lugar que describes es digno de una epopeya infantil y también de un cuento lírico. Tenlo pues siempre presente, sí. Me alegro que el texto haya servido para traertelo un ratito de nuevo hasta tu pensamiento. Besos.

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Ay, 39, los pueblos de Aragón... también hablaba de ellos en otra antigua canción Serrat... Qué duros. Qué hermosos. Qué desoladores. Los veranos eran antes como una eternidad sin escapatoria. Ahora tienen piscinas, je ,je... Pero la siesta sigue siendo sagradísima, sí.
¿Anti-siesta? ¿¡en verano!? Ay, ay... por eso sabes tanto, claro.

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Fernando-:) Creo que ha quedado bien el post con el poema resultado del comentario. A esto se le llama retorcer los géneros, sí señor.

Anónimo dijo...

Imprescindibles y acogedoras penumbras de verano...
Besos

Luisamiñana dijo...

En la montañita son geniales también. Disfrútalas. Besicos.

Anónimo dijo...

Qué bueno que estéis de vuelta, Luisa: ¡os he echado mucho de menos!

Luisamiñana dijo...

Inde, ¡hola, guapa! Hemos seguido un poco enchufados en la distancia. Yo, menos que FErnando. Ya estamos en la ciudad, sí. ¡A empezar el curso! Un beso gordo.