sábado, 1 de septiembre de 2007

Una cuestión de amor



“El País” de hoy publica, en su contraportada, un artículo de Bárbara Celis titulado “El gran secreto de Miller”, y que reproduce una información dada a conocer por la revista Vanity Fair. Se cuenta en él que el escritor Arthur Miller tuvo un hijo con síndrome de Down en 1966, fruto de su matrimonio con la fotógrafa Inge Morath, a la que conoció durante el rodaje de la película “Vidas rebeldes”, cuando aún estaba casado con Marilyn Monroe. Este hijo fue repudiado por el escritor y depositado a los cuatro días de nacer, a pesar de la oposición de la madre, en un orfanato.

Según Rebeca Miller, hija también de Inge Morath y Arthur Miller, que nació antes que su hemano oculto, Daniel, éste nunca formó parte de la vida familiar antes de la muerte de su padre. Daniel Miller no conoció a su padre hasta 1995, cuando durante un acto público en el que el escritor debía hablar en defensa de un discapacitado mental acusado de asesinato, Daniel subió al escenario y le abrazó. El dramaturgo ni siquiera mencionó a su hijo en sus memorias, aunque unas semanas antes de morir lo incluyó en su testamento.

El otro día LaMima hablaba en su blog del libro “Un amor especial” del escritor Kenzaburo Oé, del que yo también traje fragmentos de un capítulo hace algún tiempo. “Un amor especial” habla de cómo transcurre la vida de la familia Oé, que incluye a Hikari, quien sufre una grave hidrocefalia. Como bien dice LaMima, si algo deja trascender este libro es un tremendo sentido de la responsabilidad de la familia hacia su hijo con discapacidad; una lucha constante por “normalizar” todos los actos cotidianos de esa vida, incluidos aquellos que han de ser inevitablemente especiales por las necesidades de Hikari. Kenzaburo Oé explica también cómo la existencia de su hijo le ha conducido a un compromiso civil con la sociedad, para que ésta integre de manera real a los discapacitados. Oé dice en un momento determinado de este libro que precisamente la decisión de que Hikari formara parte de la vida familiar, de no apartarlo de ella, es lo que les ha preparado para otras cosas a las que han tenido que hacer frente a lo largo del tiempo.

Nada que ver, por tanto, entre Arthur Miller y Kenzaburo Oé. Pero éste último, que ha dejado traslucir la preocupación por la problemática existencial y social de la discapacidad a lo largo de otros libros, escribió en 1964 “Una cuestión personal”, una dura e intensa novela, que yo leí en la edición de Anagrama. En ella el protagonista, Bird, tiene un hijo con un grave problema en el cerebro que le va a causar una severa discapacidad mientras viva. El primer impulso de Bird es huir del problema y lo hace de manera desesperada: peleas, abandono de su trabajo, borracheras y sexo con una antigua amante. Todo ello, mientras su esposa y su hijo permanecen en el hospital, esperando que él de su permiso para operar al niño. Esta operación le permitirá vivir, aunque con esa grave discapacidad. Sin la operación el niño morirá. Bird, aterrorizado ante la perspectiva de una dificilísima vida con su hijo, pasa tres días sopesando angustiosamente qué hacer. Tres días infernales.

Para mí sería muy fácil condenar directamente a Arthur Miller por lo que hizo. Y me dan ganas de hacerlo. Pero no lo haré. No por lo menos aún, no tajantemente, sabiendo tan poco como sé. De ninguna manera me parece adecuados ni justos su decisión ni su comportamiento. Pero sé que hay personas que no se sienten capaces de hacerle frente a situaciones como las que suponen la vida con una persona con discapacidad. Sé que sacar adelante a un niño gravemente discapacitado supone renunciar a muchas cosas. Aunque, sobre todo, consiste en saber integrar las particularidades de esa vida en el transcurso normal de la cotidianidad. No es fácil. Es un gran trabajo, es verdad. Y decidir no hacerlo no creo que sea sólo una cuestión o no de egoísmo, de egocentrismo. Aunque seguramente hacerlo sí lo es de valentía, de coraje, de responsabilidad, de integridad. Sobre todo de amor.

Y lo que sí que sé es que pensando en ambas historias, la de Arthur Miller y su hijo Daniel y la de Kenzaburo Oé y su hijo Hikari, ante la primera siento una gran tristeza, un vacío en la boca del estómago, mientras que la segunda me reconforta y me llena de esperanza. No condeno. Pero sé a quien respeto.


(Mientras escribo, veo que LaMima también se hace eco de “El gran secreto de Arthur Miller”. Un beso, luchadora. Un gran beso a Ainhoa).

19 comentarios:

Luisamiñana dijo...

No quería ponerlo en el post, pero no puedo dejar de preguntarme, ¿y la madre?

Anónimo dijo...

Querida Luisa...yo también he pensado en esa madre. No puedo imaginar sus argumentos para acompañar el silencio pero, como bien apuntas, quizá no es bueno juzgar tan ligeramente. Con tan poca información.
Yo solo sé una cosa: nuestros hijos, nuestra gente, merecen que seamos valientes, que sigamos adelante. Incluso por nosotros mismos: ¡se aprende tanto a través de ellos...!
Creo que yo, mi familia, tomamos la decisión de seguir adelante de forma inconsciente, incluso egoísta. Claro que cada discapacidad supone un reto distinto pero al final, si lo piensas todo se reduce a lo mismo.Queremos ser felices y sin mi hija ya no es posible serlo.
Gracias por poner tu ojo sereno y certero en este artículo.
Un millón de besos.

Anónimo dijo...

Por cierto, me encanta que hayas dejado la acuarela de la esposa de Oé en el blog. Como me dijiste en su momento son magníficas.

entrenomadas dijo...

HOSTÍAS CON EL MILLER!!!
Pedazo de....
Uggggggggggggg
lo dejo aquí.

Luisamiñana dijo...

Querida Inma, entiendo perfectamente lo que dices... Daniel es tan sólo mi sobrino. Pero a él yo le debo muchísimo más de lo que nunca podré devolverle.
Las acuarelas de la madre de Hikari son hermosas, sí, y son alegres, y son especiales.
Otro millón para ti y los tuyos.

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¡Hostias, sí! Ya ves, yo creo que "el Miller" -si es como lo cuentan- simplemente "se cagó".

ybris dijo...

Leí el artículo del País y me dejó pensando en lo diferentes que son las personas. Tú comparas aquí con Oé y yo al leerlo pensaba en vuestro caso con Daniel o en los de mis vecinos con síndrome de Down o con severa parálisis cerebral que son ya parte de mi entorno y que reciben todo el cariño de sus familias.
Quizás con un mayor apoyo por parte de todos habría menos gente con Miller.

Besos.

Anónimo dijo...

Joder con Arthur Miller... ¡actitud más opuesta a algunas frases de sus guiones, imposible!
Dentro de todo este asunto tan oscuro, realmente impresiona el estado en que debió de quedar la madre, y me resulta imposible imaginar una película de los hechos desde el nacimiento hasta el "depósito" de la criatura. No puedo ni imaginarlo, y mucho menos, esperarlo de alguien así. La cobardía se justifica en algunos casos. Para mí, en éste, no. Sorpresa desagradable.
Besos

Anónimo dijo...

Querida Luisa: he dejado un comentario sobre esta historia en el blog de LaMima, pero no había caído en lo que dices al final: ¿y la madre? ¿También ella defendió grandes causas? Defender una gran causa es impulsar a la gente a que sea valiente y se oponga a algo, con la lucha, con el riesgo a veces de la propia vida y desde luego del inmediato bienestar; pero ellos no supieron hacerlo para sí...

Chalá perdía dijo...

A veces la valentía requiere una búsqueda de armas que están escondidas muy dentro y nunca nadie sabe cómo ni de qué modo podrá utilizarlas o si será capaz de hacerlo. Nunca hasta que no está cara a cara con eso que da tanto miedo.

Luisamiñana dijo...

Gracias a todos por expresar vuestras opiniones y por saber comprender algunas cosas.

He seguido hoy dándole vueltas al tema. No por lo que afecta a Miller en particular. Aunque, creo que Miller tenía los medios materiales suficientes como para que ocuparse de su hijo no le restara demasiado tiempo personal. No debió ser el día a día. Le paso otra cosa, seguramente. Creo que tiene más que ver con lo que apunta María Manuela en su comentario. Lo que me da bastante vergüenza ajena, en su caso, es que jamás fuera a ver a su hijo, ni hablara de él. He leído hoy que su mujer sí que iba a ver a Daniel. Miller, no. Eso es lo que me parece más intimamente dramático, o más cínico, no sé. Tendríamos que oírle a él, y ya es imposible.

He seguido dándole vueltas, precisamente por esa cuestión íntima de cada uno, por esa cuestión de la toma de decisiones en situaciones así. Y creo que no valen reflexiones de carácter intelectual. Como dice Maria Manuela o se encuentra aquello que te lleva a tirar para adelante con coraje o no se encuentra. Oé viene a decir lo mismo en su "Cuestión personal". Sólo cuando el protagonista aterriza en el "mundo real" entiende de verdad de qué va la cosa.

Por eso creo que lo fundamental no es quizás que Miller enviara a su hijo a unaa institución (con lo que no estoy de acuerdo, insisto), sino que lo borrara de su vida, que le diera siemplemente la espalda y que esa actitud fuera capaz de mantenerla durante cuarenta largos años. No he dejado de preguntarme en todo el día, qué le pasaba a Miller por dentro. Si salió indemne de todo ésto, entonces... Eso sí que me produce escalofríos.

Recuerdo la canción de "Víctor Manuel", "Sólo pienso en ti", y creo que estaba basada en un caso real.

Y quizás hay actitudes que nunca deberían disculparse de ninguna manera, ¿no?

En fin, gracias por dejarme pensar un poco más en voz alta.

Joan Torres dijo...

Yo crecí en el seno de una familia muy religiosa. En mis inicios también fui creyente. Ahora, en algunas cosas, no sé bien quién soy. Una de ellas es el controvertido tema del aborto. Tengo demasiadas luchas internas como para posicionarme. Por suerte la vida no me ha obligado a escoger aún.

Pero recuerdo un momento crucial de mi vida: el primer embarazo, cuando esperábamos a los gemelos. Con una frialdad que me heló, el médico nos habló de la prueba de la amniocentesis. Con ella, dijo, sabremos si tienen el síndrome de Down y podremos provocar un aborto a tiempo.

En aquel momento supe algo, y así se lo hice saber: Si el único fin de dicha prueba era discernir un posible mongolismo en mis hijos, no debía preocuparse; de salir positivo, yo me opondría a poner fin a la gestación, hasta donde me permitiera mi mujer, pues he tenido la suerte de saber cuánto llegan a aportar esas personas al enriquecimiento personal de sus seres cercanos.

En fin, sólo quería compartir ese recuerdo contigo, pues tú me has hecho recordar, y eso es siempre saludable.

Luisamiñana dijo...

Gracias por venir, Escéptico, y por aportar tu visión y tu experiencia.
Totalmente de acuerdo contigo acerca de cuanto enriquece la convivencia con alguién con discapacidad, a pesar de todo el esfuerzo, a pesar a veces de muchos disgustos (o quizás por eso, no sé).

Magda Díaz Morales dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Magda Díaz Morales dijo...

Luisa, quería comentarte desde hace días en este articulo que me dejó impactada cuando lo leí en El país. Me recordó a Neruda y a su hija Malva Marina. Cuando nació, Neruda estaba feliz, pero cuando se enteró de que padecía hidrocefalia, la entregó en adopción y la dejó abandonada. La niña vivió bien con la familia que la adoptó, pero nunca supo quien era su padre. Hay quien dice que en ocasiones este señor mandaba dinero. Para saber.

En sus memorias, Confieso que he vivido, ni siquiera la menciona una sola vez. Vaya con estos amorosos padres.

Luisamiñana dijo...

Es verdad, Magda. Quizás sería bueno recordar que Miller no ha sido un caso único. Posiblemente hay mucha impotencia en estas actitudes, mucha incapacidad de sobreponerse. Eso nos llevaría a plantear de nuevo el eterno tema de ética y estética en los artistas, incluso en los genios. Claro que Miller, Neruda, fueron adalides de posiciones éticas que contradicen su íntimo drama. Pero la vida es así. Y el que uno sea capaz de defender generosamente "causas universales" no le hace capaz de dejar de quererse un poco a si mismo para ocuparse de otro. A Picasso le pasaba también. Y supongo que a muchos otros.
De todas formas, yo no lo justificaré nunca.

Anónimo dijo...

Tampoco yo lo justificaré nunca, Luisa. No tiene justificación, Y la verdad es que son unos verdaderos patanes en cuanto a sentimientos hacia el otro, sus seres queridos, se trata. A mi Neruda, te lo confieso, me cae pesadísimo, y si bien lo considero un buen poeta no lo considero genial, más bien tiene demasiada propaganda y publicidad. Pero desde que supe esto de su hija hace años, sinceramente me es insoportable. ¿Cómo puede hablar alguien de amor cuando no lo ha tenido con quien ha debido tenerlo? que vaya a contárselo a quien no lo conoce.

Seres como Miller, Neruda, y demás "encantos masculinos o femeninos" de este tipo, son unos seres egoistas y convenencieros. Me molestan enormemente.

Un beso, Luisa.

Luisamiñana dijo...

A mi sí me gusta Neruda el poeta. Su escritura me parece hermosa, su facilidad pasmosa. Hay una gran contradicción, sí. Bien dices. Luego, fijate, por ejemplo, toda la epopeya en la que salvó a un montón de republicanos, acogiéndolos como cónsul y ayudándoels a llegar a América. Y sin embargo, cuando se separó de la madre de su hija, ya no quiso al parecer saber nada de ésta. Claro que su madre, tampoco mucho, según dicen. Tristísimo. Trístisimo.
Un beso, Magda.

Anónimo dijo...

Hace poco busque la biografía de Jane Austen y en ella se decia que era costumbre en la Inglaterra de su época en las clases altas que a los niños se los separa de los padres al nacer y se los reincorporara al seno familiar cuando podían ser socialmente hábiles.En el caso de hijos con problemas o discapacidades directamente se les buscaban familias para que los cuidaran o acogieran de por vida y nunca eran integrados en el seno de la familia.
El post me ha parecido muy revelador.
En mi caso,como bien dice lamima,no veo más camino ni apostaría por otra cosa que no fuera seguir adelante,con todo lo que eso conlleva.
laura

Luisamiñana dijo...

No hay otro camino, Laura. No es deseable otro camino, claro., Aunque a veces haya circunstancias que todo lo complican y puedan tenerse que tomar determinadas soluciones. Pero nunca como un rechazo, nunca para eludir el contacto, la responsabilidad, el amor.