Cuando Luisa Miñana me pasó “La arquitectura de tus huesos”, me alegré de que el insomnio atizara esa noche. Lo leí enroscada en el sofá de un tirón. Una manía personal es leer primero los títulos. Y los que Luisa ha elegido en esta colección de relatos me engancharon en cosa de segundos. Luego voy metiéndome en la historia y he de decir que, en este caso, fueron las historias las que se metieron en mí. Porque este libro es como un viaje que la escritora emprende simultáneamente en dos direcciones: hacia fuera, con referencias al sur de Italia y a historias de lo más variadas e interesantes, y hacia dentro, en un viaje hacia el otro yo, hacia esa persona que se desdobla y que a veces va por delante de la propia autora y otras por detrás, esperando coincidir en algún escenario. En la bellísima historia de “La amante de Santo Orlando” cuenta la autora que tuvo la impresión de haber estado allí, en una mañana de mayo de 1552. Y esa sensación de búsqueda y reconocimiento de lugares y emociones tiene un efecto contagioso. Al terminar el libro, yo también tenía esa sensación de viaje, de viaje hacia dentro y hacia fuera. Luego están las palabras rizadas y sonoras que abundan en estas páginas y que arrastran músicas, colores, aromas y recuerdos, como esa frase de “Chopin hurgándome la ironía”; o en el relato “Las herramientas del unicornio” en la que la autora confiesa: “Cada vez entiendo más a Kubrick”. No faltan referencias al gran escritor Vila Matas. Ni al intenso poeta Jesús Jiménez. En los cuentos que componen “La arquitectura de tus huesos”, hay mucha vida, historias de amor atormentadas y un aroma agridulce que despierta los sentidos. Los poemas que acompañan los relatos son también espléndidos. Como las fotografías de Miguel Ángel Latorre.
Para acabar me quedo con estas líneas del cuento “Venecia después de una tormenta de verano”: “Donde cesa la lluvia comienza el horizonte, termina la ciudad, laminada por mil lenguas que el mar devora”.
Larga vida a “La arquitectura de tus huesos”, llena de palabras y de viajeros de un tiempo fluctuante y sensitivo.
(Por Marta Navarro)
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