jueves, 15 de enero de 2009

Cómplices


Fotografía: Miguel Angel Latorre © 2009

Importa la complicidad. Con lo particular o lo universal. Da lo mismo. Aunque no. No da lo mismo. Importa más con lo particular. Seguramente importa más la complicidad con lo particular, puesto que la otra tiene demasiado de romanticismo lordbyroniano (estilo Napoleón, digamos, gestual) y poco de hola, qué tal aquí estamos tú y yo, pues eso, qué hacemos, va da lo mismo, ¿unos bolos?, ¿una peli?, paseamos y me cuentas.

Así que sustancialmente importa la complicidad con lo particular. Por ejemplo:


La del escritor Manuel Vilas con su perro, el gran Golo, que ha muerto esta misma tarde. Posiblemente Golo fuera quien mejor conociera a Manuel Vilas, pues tal cosa es un don de los perros. Y por eso es justo que ahora Manuel Vilas le pida perdón a Golo, mientras Golo aprende a trotar en blandito. Un abrazo, uno para cada uno. Separarse duele si hay complicidad.

Por ejemplo también la complicidad con mi vecina del cuarto, hace un rato, en el ascensor, cargadas las dos con un montón de bolsas del supermercado. Eran las nueve de la noche. Larga jornada. Que aún no ha terminado. Ni una palabra al respecto. Ni una palabra. Complicidad de la sonrisa en la despedida: hasta luego, buenas noches, que dice: vaya, ahí estamos ¿no?, ya entiendo.

Importa mucho la complicidad absoluta entre Anamá y su hija Violeta, que ha cumplido 15 años. Mano a mano las dos durante ya 15 años. Un día escribía Anamá, de Entre Ríos -Argentina- que siente a menudo la lejanía respecto a todos los que pueden atender a sus hijos con discapacidad con sofisticadas fisioterapias, terapias diversas, grandes medios técnicos y tecnológicos. Anamá y Violeta inventan cada día con su complicidad las soluciones para cada uno de los problemas que surgen. Su complicidad les da vida.


Me llama una amiga a la que vuelvo a ver después de un buen número de años sin hacerlo. La conozco desde hace siempre. O casi. En estos años de invisibilidad han sucedido cosas que desconocemos una de otra. Pero dos minutos de conversación por el teléfono móvil sostienen la misma complicidad del principio Ella me dijo una vez, paradas las dos ante un semáforo: si tienes que marcharte, véte, no te quedes por mi, sigue adelante. Yo lo haré también, me dijo. Ya volveremos a encontrarnos y ahí estaremos. No fue una conversación de adolescentes en términos lordbyronianos. Fue verdad y así ha sucedido una y otra vez. Es la complicidad de la libertad. Separarse puede no doler si hay complicidad. Una complicidad que sobrevive y liga los acontecimientos.


Parece claro. Lo que buscamos son cómplices. Tener cómplices es lo importante.
Pero ser cómplice en lo particular no es fácil.
Es quizás lo más difícil.



9 comentarios:

39escalones dijo...

Y tanto que es difícil... A veces ni siquiera te dejan.
Fíjate tú, y no tiene nada que ver, que el Código Penal diferencia entre cómplice y cooperador necesario. A éste le cae la misma pena que al autor; el cómplice está mejor visto... hasta en eso.
Besos.

Anónimo dijo...

Que bien dices querida... que post más bonito..
Precisamente ayer yo disfruté de esa complicidad en una comida rápida con Marisancho. Esa sensación tan bonita de tener un lazo invisible con alguien desde hace tantos años.
Ser cómplice en lo particular. Si. Imprescindible.
Un besico.

Anónimo dijo...

Estupenda entrada... tú lo has dicho: la complicidad es imprescindible.
Una de las cosas buenas de vivir en un pueblo pequeño es tener esacomplicidad con los vecinos, de conocerlos a todos, de saludarlos todos los días... y con los amigos, claro, seguramente hoy me llamarán y me dirán: "quilla, quedamos donde siempre y a la misma hora". Si no fuera por esos ratitos...
Besos.
Rosa.

Isabel Mercadé dijo...

Una belleza, Luisa. A veces, esa complicidad se da incluso unos segundos, entre desconocidos. Pero sí, conservar la antigua, qué difícil y qué maravilla cuando el reconocimiento se produce una y otra vez.
Un beso.

Marisa Peña dijo...

Luisa coincido con Bel en el adjetivo:una belleza. Qué hermoso compartir complicidades , saber que el otro comprende cada gesto y no mira atrás porque no hace falta, y no pide explicacione, porqe tampoco hace falta. Y todo vuelve a ser "como decíamos ayer" aunque el tiempo haya pasado. Un abrazo

Lamia dijo...

Joder Luisa... (perdón por el palabro). Vaya pedazo de entrada que te has arreado hoy. Yo te añadiré otro matiz, si me lo permites... la complicidad de los silencios: esos que hacen que no tengas que decir nada porque sólo los ojos, la respiración, el ademán... lo están diciendo todo.

Lucía dijo...

Sabias palabras, Luisa. Hay complicidad también entre los blogueros, ¿te puedes creer que en estos meses de descanso fue lo que más eche de menos?
Un abrazo.

Anónimo dijo...

He leído tu precioso post pensando en LaMima; y ya ves, por su comentario, que a ella le ha debido de pasar lo mismo pero a la inversa... :)

Siempre recordamos el día en que, tras un montón de tiempo de no saber nada la una de la otra, la llamé para preguntarle cómo hacía ella la bechamel. Nos pasó como cuentas que te ha pasado ahora a ti: la conversación salió fluida como si no hubiéramos dejado de comunicarnos ni un solo día. Sé exactamente lo que ella sintió al colgar: lo mismo que yo.

Es importante, es valioso, es un tesoro.

Luisamiñana dijo...

Absolutamente agradecida a todos los y las cómplices de este blog, como bien dice Lucía. El día en que se escribió este post se acumularon las complicidades. Añado todas las que recibo aquí.
Besos, cómplicísimos