Me gustaría encontrar más análisis como el del artículo de Manuel Castells de La Vanguardia el sábado pasado, 29 de mayo (edición impresa solamente, ohhhh...): análisis claros, exactos, dirigidos al centro de las cuestiones, no a los aledaños como muchos, sin titubeos, pero también valientes y generadores de horizonte.
Oí algo acerca del contenido de este artículo en la radio; la simple mención de su inicio ya captó todo mi interés: "¿Y si no hubiera salida?. Hablaban en la radio de la crisis económica, claro (y social y política, diría yo, además). Intenté comprar el ejemplar por Internet, pues cuando bajé a los kioscos de los alrededores de mi casa La Vanguardia ya no estaba -deben de llegar pocos ejemplares, supongo- , pero la página de La Vanguardia decía: servicio en mantenimiento( ohhhh...). Leo hoy y copio algunos párrafos. No me resisto:
Título: ¿Salir de la crisis?
Autor: Manuel Castells
Medio: La Vanguardia (edición impresa), sábado 29 de mayo de 2010, pág. 25, sección Opinión, espacio "Observatorio Global"
¿Y si no hubiera salida? Al menos con el modelo económico actual. Algo que se reconoce al repetir por doquier que "ya nada será igual". Las medida de austeridad aprobadas por el Gobierno español a instancias de la UE y Estados Unidos señalan el fracaso de las tradicionales política keynesianas de aumento del gasto público para compensar la caída de la demanda privada debido a la restricción del crédito.
¿Y ahora qué? Pues a sobrevivir y esperar que pase el temporal...El problema es que no se sabe de donde puede venir dicha reactivación. Alemania se instala en su propia austeridad, el Consejo Europeo impone disciplina fiscal en toda la Unión... E.E.U.U tiene un enorme déficit fiscal y una deuda pública impagable a medio plazo y sólo se salva de la intervención del FMI porque es su amo. Aunque el incremento de productividad impulsa un repunto estadounidense, ello se traduce en mercado para los países emergentes, nuevos centros de acumulación de capital. España es el último país en el que piensa lso inversores extranjeros en este momento... Podría pensarse en nuevas formas de relación entre economía y sociedad. Y aquí es donde tenemos las carencias más graves. Falta imaginación, conocimiento y audacia... ¿Y si experimentáramos? Porque de perdidos , al río. Por ejemplo, lo primero en que se piensa es en bajar los sueldos en el sector público. Lo cual reduce demanda, cabrea al pesonal y arriesga una paz social esencial en tiempo de crisis. ¿Por qué no se compensa la bajada de salarios reduciendo horas de trabajo, con criterios pactados con los sindicatos? Macroeconómicamente es igual, pero microsocialmente cambia mucho, sobre todo para mujeres con triple jornada. La productividad en el sector público es baja, con reorganización y tecnología se podría mantener el nivel de prestación de servicios con menos tiempo... La potenciación de actividades lúdicas y creativas por la sociedad y la administración local podría coadyuvar a valorar el tiempo como expresión de vida... ¿Congelar pensiones? Es un parche a corto plazo que no resuelve el gran problema: una tasa insostenible de dependencia que no cesa de aumentar (47 dependientes por 100 activos). Solución: incrementar la productividad por acrivo y subir la edad de jubilación. En lugar de un límite de edad igual para todos, injsuto y poco eficiente, se podría plantear, a partir de los 60, una jubilación flexible alargando más allá de los 70 la actividad a quines quieran y puedan... Lo que no van son las prejubilaciones incentivadas que disminuyen activos y aumentan pasivos antes de tiempo por conveniencia de empresas y administraciones. Aumentar años de trabajo de los mayores no quita empleo a los jóvenes, pues los datos demuestran que son dos mercados de trabajo distintos.
En cualquier caso, crear empleo sigue siendo la base del equilibrio fiscal y del binestar social. Para ello lo más eficaz es incentivar el emprendimiento y las pymes... En fin, el aumento de la productividad es la clave. Sólo se puede salir de la crisis con un incremento sustancial de la productividad que abarate costes y aumente calidad y competitividad. Productividad por hora trabajada, que puede ir compaginada con reducción del tiempo de trabajo, en consonancia con la experiencia histórica. Incremento de productividad quiere decir inversión en I+D y en mecanismo de transferencia a las empresas; innovación tecnológica y organizativa del sector público, empezando por sanidad y enseñanza, agujeros negros de la productividad y bastiones de rutina burocrática; desarrollo de la cultura emprendedora en las universidades; y fiscalidad al servicio de la inversión productiva.
El reverso de la medalla: ponérselo difícil al sector inmobiliario, lastre de nuestra economía, y aplicar, con el resto de Europa, un nuevo impuesto a las transacciones financieras que reporte pingües ingresos y limite las especulaciones. Salir de la crisis podría se posible, pasando por la necesaria austeridad, si recuperamos los orígenes del emprendimiento industrial y los mezclamos con la nueva economía de valor tiempo. No es utopía, hay brotes en toda la geografía económica. Lo utópico, y peligroso, es empeñarse en restaurar un capitalismo financiero virtual que agotó su curso histórico.
8 comentarios:
Pues sí, un buen y reposado artículo, lejos de la agresividad de algunos medios estos días.
Un beso.
valorar el tiempo como expresión de vida...
Gran artículo. Gracias. Beso.
El artículo de Castells, a juzgar por los párrafos que citas, parece lúcido e interesante.
A mí también me llama la atención ese principio: "¿Y si no hubiera salida?"
Soy de los que creen que así no hay salida como ya me parecía en aquellos años de la primera mitad de los sesenta en que en la Facultad de Económicas luchábamos (cuánto me acuerdo del compañero Berzosa -hoy rector de la Complutense- en esa misma lucha) por una visión distinta de la Economía liberal y más cercana a la de Sampedro o Tamames.
Casi medio siglo después las cosas siguen casi igual sin que haya enfoques globales que difieran del que siempre se presenta como inevitable.
¿De que sirve que la mayoría de los españoles tenga una visión innovadora y progresista más cercana a la izquierda que a la derecha si no es posible una base sociopolíticajurídicaeconómica de esa orientación.
A mi entender no podemos seguir con este camino donde la única salida es el crecimiento. Yo tengo dos coches, cuatro ordenadores y cinco móviles y no estoy dispuesto a cambiarlos continuamente para conservar una actividad como la tela de Penélope. De hecho la única salida oficial, si bien nos fijamos, no es más que la restricción del gasto público, que es un eufemismo para indicar lo que hay allí de fondo: el desmantelamiento de la Seguridad Social y del Sistema Público de Pensiones para que de sus ruinas el sector privado pueda aumentar su actividad cuando ya hemos llegado al límite de la demanda.
Creo llegado el momento de salvar de la demolición y la ruina los derechos fundamentales consagrados por la Constitución: vivienda, trabajo, sanidad, justicia y educación mediante su clara adscripción al sector público -como Administrador elegido libremente por la Comunidad de Vecinos que somos y no como "papáestado"- y dejar al sector privado y a su lógica de mercado, de competencia y de ley de oferta y demanda lo accesorio, y lo lujoso.
Mientras eso no se consiga seguiremos observando ante nuestra impotencia cómo cualquier situación de crisis o bonanza acaba siempre por engordar a unos pocos -cosa que no importaría demasiado si no fuera porque no encuentran modo de hacerlo sino a costa de otros- mientras la mayoría adelgaza.
Si nos fijamos bien, en el fondo de la salida de esta crisis no está el solucionar el problema del paro si no es en cuanto afecta a la capacidad de consumo de los ciudadanos. Cuando yo estudiaba Económicas se estimaba que el pleno empleo se alcanzaba cerca del 7% de paro mientras que en la época de bonanza económica anterior a esta crisis la economía funcionaba alegremente con dos millones de parados. Ahora se trata de conseguir que funcione con tres millones de parados. Y, si no, al tiempo.
Es lo malo de las salidas que se proponen, que no tienen en cuenta el bienestar de las personas sino el beneficio de los selectos.
Los que siempre aspiramos a parecernos más a Dinamarca que a EEUU lo llevamos crudo. Como a Dinamarca no la van a desmantelar fácilmente, lo hacen con Grecia, Portugal y España para que no se hagan ilusiones que a ellos no les convienen.
Ya me he enrollado. Lo siento.
A veces no me resigno a esta ley de la entropía que sólo nos hace caer a casi todos en río revuelto a cambio de la ganancia de unos pocos y privilegiados pescadores.
Besos, Luisa.
Me apunto a eso de reducir jornada: de momento la reduzco un 5%. Conceptualmente hablando, claro.
Besos.
(Como me ha salido un texto muy largo, lo mando en dos partes. Esta es la primera).
Yo añadiría un aspecto que Castells no nombra pero que me parece ineludible: la vuelta a políticas fiscales fuertes y progresivas. Es decir, más impuestos. Sí, como suena. Bajo mi humilde opinión, habría que volver a subir los impuestos, la mejor manera de compensar el gasto público y mantener el cada vez más denostado (al menos por la opinión pública conservadora, que es la que controla los medios de comunicación de masas) Estado social. Si miramos hacia atrás, veremos que el inicio de esta crisis (la más grave después de la del 29) viene de las políticas neoliberales que se fueron aplicando en todos los países del orbe occidental tras la llegada al poder de Reagan en los EEUU y de Theacher en Gran Bretaña. Entre sus más importantes medidas, cuyo punto álgido consistía en reducir la actividad del Estado hasta convertirlo en algo casi residual, estaba una importante y cada vez mayor reducción de impuestos. Es decir, más dinero para consumir y para reinvertir en nuevos proyectos productivos. Dinamizar los mercados y “desregularlos”.
Pero la teoría a veces no cuadra con la realidad. Menos impuestos significa, es cierto, más dinero para consumir o para invertir, pero también para especular. Para los que tenemos unos ingresos digamos que medio-bajos, la reducción de impuestos nos puede suponer unos cuantos dineros más para gastar en objetos de consumo, en un mejor coche, en una casa más grande… Bueno, cositas de esas que nos pueden hacer la vida un poco menos dura. Pero para las grandes fortunas, una reducción de impuestos significa mucho dinero, miles, millones de euros que de repente pasan a engordar sus de por sí ingentes cuentas corrientes. Buena parte de este dinero, en efecto, puede ir al consumo (consumo suntuoso, en cualquier caso, pero consumo al fin y al cabo) o ser invertido en nuevas industrias y otros proyectos creadores de empleo. Pero otra parte (quizá la mayor parte) va indefectiblemente a la más pura y dura especulación. Las bolsas sufren, entonces, un aumento inmediato: hay mucho dinero circulando y, tras él, muchos intereses que se suman al de los poseedores de ese capital, y todos quieren ganar más dinero, mucho dinero, muchísimo dinero. El verdadero negocio de un producto financiero reside en la probabilidad de ser vendido a corto plazo a un precio mayor del que nos costó: la entrada masiva de capital en los mercados financieros hincha artificialmente el valor de las acciones, bonos y demás: todos quieren comprar, por tanto, el valor sube, aunque lo que haya detrás, lo que en realidad representa esa acción, no valga gran cosa. Y hay que seguir creciendo, porque hay que atraer más dinero todavía, si no el negocio-ficción se va a la mierda. Brokers, agentes financieros, bolsas, empresas de especulación, etc., todo un mundo de vividores alrededor de esta ingente cantidad de dinero que solo busca reproducirse como por arte de magia, sin ofrecer nada a cambio (ni empleos, ni nuevas industrias, ni más riqueza real). El gran circo de la bolsa ya está en marcha, ahora solo hace falta esperar a que se desinfle.
(Como me ha salido un texto muy largo, lo mando en dos partes. Aquí va la primera)
Yo añadiría un aspecto que Castells no nombra pero que me parece ineludible: la vuelta a políticas fiscales fuertes y progresivas. Es decir, más impuestos. Sí, como suena. Bajo mi humilde opinión, habría que volver a subir los impuestos, la mejor manera de compensar el gasto público y mantener el cada vez más denostado (al menos por la opinión pública conservadora, que es la que controla los medios de comunicación de masas) Estado social. Si miramos hacia atrás, veremos que el inicio de todo esto viene de las políticas neoliberales que se fueron aplicando en todos los países del orbe occidental tras la llegada al poder de Reagan en los EEUU y de Theacher en Gran Bretaña. Entre sus más importantes medidas, cuyo punto álgido consistía en reducir la actividad del Estado hasta convertirlo en algo casi residual, estaba una importante y cada vez mayor reducción de impuestos. Es decir, más dinero para consumir y para reinvertir en nuevos proyectos productivos. Dinamizar los mercados y “desregularlos”.
Pero la teoría a veces no cuadra con la realidad. Menos impuestos significa, es cierto, más dinero para consumir y para invertir, pero también para especular. Para los que tenemos unos ingresos digamos que medio-bajos, la reducción de impuestos nos puede suponer unos cuantos dineros más para gastar en objetos de consumo, en un mejor coche, en una casa más grande… Bueno, cositas de esas que nos pueden hacer la vida un poco menos dura. Pero para las grandes fortunas, una reducción de impuestos significa mucho dinero, miles, millones de euros que de repente pasan a engordar sus de por sí ingentes cuentas corrientes. Buena parte de este dinero, en efecto, puede ir al consumo (consumo suntuoso, en cualquier caso, pero consumo al fin y al cabo) o ser invertido en nuevas industrias y otros proyectos creadores de empleo. Pero otra parte (quizá la mayor parte) va indefectiblemente a la más pura y dura especulación. Las bolsas sufren, entonces, un aumento inmediato: hay mucho dinero circulando y, tras él, muchos intereses que se suman al de los poseedores de ese capital, y todos quieren ganar más dinero, mucho dinero, muchísimo dinero. El verdadero negocio de un producto financiero reside en la probabilidad de ser vendido a corto plazo a un precio mayor del que nos costó: la entrada masiva de capital en los mercados financieros hincha artificialmente el valor de las acciones, bonos y demás: todos quieren comprar, por tanto, el valor sube, aunque lo que haya detrás, lo que en realidad representa esa acción, no valga gran cosa. Y hay que seguir creciendo, porque hay que atraer más dinero todavía, si no el negocio-ficción se va a la mierda. Brokers, agentes financieros, bolsas, empresas de especulación, etc., todo un mundo de vividores alrededor de esta ingente cantidad de dinero que solo busca reproducirse como por arte de magia, sin ofrecer nada a cambio (ni empleos, ni nuevas industrias, ni más riqueza real). El gran circo de la bolsa ya está en marcha, ahora solo hace falta esperar a que se desinfle.
(Aquí va la segunda parte. Perdón por las molestias)
Entre tanto, los gobiernos venga a bajar impuestos y a dejar que parte del dinero que antes financiaba sus gastos y sus prestaciones se vaya a este mundo ficticio del más y más, donde hay poco de realidad y mucho de fábula. Las hedge funds, las hipotecas basura y todo eso vendrán con el tiempo; esa historia ya nos la conocemos: de hecho, estamos pagando las consecuencias. Y la voracidad de los mercados financieros (perdón, quiero decir de las personas que basan su riqueza en la especulación financiera, porque son personas quienes toman las decisiones, tipos de carne y hueso cuya codicia no tiene límites ni moral) no cesa. Si hay que llevar a la quiebra a dos o tres estados, pues se los lleva, lo importante es no perder la “rentabilidad” de nuestro dinero, hay que alargar este “negocio” cuanto sea posible.
El gran problema, casi irresoluble, es que no se pueden tomar medidas sectoriales, un país no puede actuar por su cuenta: el dinero se mueve a la velocidad de la luz y los nuevos sistemas de información posibilitan tomar decisiones en el acto desde los más perdidos lugares del mundo. Pero sí que se puede ir actuando en materia fiscal, por ejemplo, volviendo a instaurar el impuesto sobre el patrimonio y gravando más las rentas de capital (en España, este impuesto es de los más bajos de Europa). Se trataría de renunciar en alguna medida a nuestra capacidad de consumo para salvar nuestro sistema de protección social, nuestra sanidad, las pensiones, el seguro de desempleo. No sé por qué pagar impuestos tiene tan mala prensa. Es una pena que la ideología neoliberal haya calado de tal forma en la mentalidad de buena parte de la sociedad española. En la práctica, es un espejismo, una ficción que nos hacer creer que somos más ricos, cuando en realidad nos vuelve más débiles, nos deja a merced de los “mercados” (es decir, de los especuladores y de las grandes multinacionales, que son los que de verdad tienen capacidad para actuar sobre los mercados y hacer valer sus intereses). No se acaba con la corrupción reduciendo el poder del Estado (otra de las grandes mentiras del pensamiento neoliberal), pero sí se acaba con la protección social.
Bueno, esto más o menos era lo que quería decir. Aunque, como siempre, creo que me he pasado de la raya. Debería apuntarme a algún curso de redacción en pocas palabras. Me hace falta. Perdón por el rollo.
Fundamentalmente, creo estar de acuerdo con vuestras apreciaciones y planteamientos. Tanto respecto al tono del artículo de Castells, a la valoración necesaria e innovadora del tiempo (algo que periódicamente la sociedad humana debe afrontar conforme van cambiando las condiciones de uso de ese tiempo), como a las puntualizaciones -muy bien fundamentadas- que aportan tanto Ybris como Carlos Manzano. En el caso de los comentarios de ambos, casi diría que son análisis complementarios; ambos aportan la necesidad de medidas que seguramente deberían ser puestas en marcha de manera paralela.
Sin embargo, confieso que no soy optimista al respecto. Como creo que tampoco lo es Castells respecto a sus propias aportaciones. Por eso encabeza el artículo como lo hace. El sistema capitalista -precisamente porque en su apoyatura más básica recurre a las emociones más primarias del hombre- parece inevitablemente requerir la introducción de elementos desde fuera del sistema para evitar precisamente esa entropía de la que venimos hablando aquí. Lo que ocurre es que quizás hemos rebasado algunos límites y los factores de corrección no se muestran suficientemente poderosos. O quizás simplemente es que quienes han rebasado esos límites son los amorales tiburones de quienes habla Carlos: a ellos les da igual que todo pete, porque tienen el pellejo bastante asegurado.
Muchas gracias por vuestras muy interesantes aportaciones.
Kss
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