sábado, 8 de mayo de 2010

Sobre Crónica de Viaje, de Jorge Carrión



Pantalla de papel ó Google plunge
(sobre “Crónica de Viaje” de Jorge Carrión)

*este artículo apareció en su día en la Revista Narrativas, número 16; con motivo de su intervención en el ciclo "Hacia la narrativa del siglo XXI", coordinado y dirigido por María Angeles Naval, que tuvo lugar en Zaragoza los pasados días 28 a 30 de abril, Jordi Carrión intervino con una ponencia titulada "La escritura del viaje en la era de Google Earth" y citó expresamente su libro "Crónica de Viaje"). Es el motivo por el que recupero ahora este artículo.



En blanco y negro, Crónica de Viaje es el título de uno de los últimos trabajos llevados a cabo por el escritor Jorge Carrión, publicado en 2009 dentro del Proyecto La Brújula, en tirada limitada y numerada. Crónica de Viaje es una apuesta por la edición “personalizada”, planteada como parte sustancial e identificativa del proceso creativo literario; una edición que, digamos, es una marca y una auténtica escenografía de propósitos. Un proyecto arriesgado, que en sí mismo conlleva una reflexión en triple sentido: sobre el propio tiempo vital, sobre el espacio y el lenguaje literario, sobre el uso de los modos de comunicación. Tripe dirección que dibuja conjuntos operativamente y semánticamente inclusivos, definidos desde el principio con toda intencionalidad por la propia combinatoria del título, que incluye tres partes-sustancia:


1. Referida a la entidad, a la naturaleza del proyecto:

Viaje:
2. m. Traslado que se hace de una parte a otra por aire, mar o tierra.
3. m. Camino por donde se hace.
4. m. Ida a cualquier parte, aunque no sea jornada, especialmente cuando se lleva una carga.
5. m. Carga o peso que se lleva de un lugar a otro de una vez.

(Del dialect. y cat. Viatge: que a su vez
del llatí viaticum, allò que serveix per a un viatge.



2. Relativa a la ordenación de los argumentos:


Crónica:
(Del lat. chronĭca, y este del gr. χρονικά [βιβλία], [libros] en que se refieren los sucesos por orden del tiempo).
1. f. Historia en que se observa el orden de los tiempos.
(Del lat. chronĭcus, y este del gr. χρονικός).
4. adj. Que viene de tiempo atrás.


3. Establece las implicaciones entre 2 y 1:
De:
3. prep. Denota de dónde es, viene o sale alguien o algo.
4. prep. Denota la materia de que está hecho algo.
5. prep. U. para señalar lo contenido en algo.
6. prep. Denota asunto o materia.
7. prep. Denota la causa u origen de algo.
8. prep. U. para expresar la naturaleza, condición o cualidad de alguien o algo


Bien, esta disección morfológica del título no es gratuita. El título me parece centro nuclear de la obra realizada por Jorge Carrión. Quiero decir que está inserto tanto en cada capítulo-búsqueda del libro-pantalla escrito-organizado por Carrión, como en su resultado global. Y lo está genéticamente, a modo de adn literario que define y construye el relato como una narración de viajes, periplos que se suceden diacrónicamente, pero también cuya filiación se encuentra contenida en todos y cada uno de dichos viajes a la vez. Y creo que el título igualmente está inscrito en la raíz que determina la identidad-identificación familiar e histórica a través de las cuales el escritor y metarrelator Jorge Carrión viaja temporalmente para intentar establecer las informaciones pertinentes a su propia y personal transformación (incluida la mutación física) hasta llegar al presente. Encontramos una escritura sin red, una “temeraria escritura del yo” (según definición de Verdú, y como ya ha observado, al referirse a Australia, una viaje, obra también de Carrión, Miguel Espigado[1]).

En la página principal de Crónica de Viaje el autor reúne a través de varias frames las propuestas de contenido y metodología narrativa; es una visión general y previa destinada a que el lector-espectador quede ubicado en las coordenadas más apropiadas para desarrollar una correcta comprensión. Y una de esos ejes es la literatura de viajes.

En definición que se incorpora directamente desde la Wikipedia (síntoma evidente de la transversalidad no jerárquica de las fuentes que necesariamente han de alimentar actualmente la construcción de cualquier edificio del pensamiento o/y de la emotividad) leemos: “La literatura de viajes consiste en libros de viaje que son considerados como literatura por diversos motivos… Se trata de textos que recogen los acontecimientos, los sentimientos y las voces de un viaje realizado por el narrador, que puede o no coincidir con el autor empírico”. Y en puridad esto es lo que recoge en su Crónica el autor, utilizando para tramar el relato todos los medios expresivos a su alcance:

textos sobre viajes apoyados en fotografías,

fotogramas con textos al pie en sucesión narrativa –produciendo así unos relatos gráficos que se aproximan al género del documental, por cuanto constituyen traslación de situaciones de la vida real y de la historia-,

álbumes de fotografías,

mapas googleanos,

definiciones del DRAE,

resultados de algoritmos de búsqueda en Google (sobre el uso de Google como lenguaje y soporte literario volveremos luego).

Es decir, Carrión – muy conscientemente- no se ha apartado un ápice, en cuanto a ideación, a fórmula, de lo que es un ortodoxo libro de viaje:
“Se conoce como libro de viaje la publicación de las experiencias y observaciones realizadas por un viajero. Estos libros suelen estar ocasionalmente ilustrados con mapas, dibujos, grabados, fotografías, etcétera, realizadas por el autor o por alguno de sus compañeros de viaje” (Wikipedia).

Otra cosa son tanto la actitud, que aquí hallamos, del autor/co-protagonista (una actitud etiológica, sí, pero también de meta-narrador y que de alguna manera conlleva, creo, una cierta reinterpretación del perfil de la llamada “autoficción”), como los elementos conjugados y desarrollados en la formulación literaria de la propuesta “libro de viaje” para esta Crónica, que lo es sobre unos hechos que en realidad poseen una dimensión muy personal, pero igualmente histórica.

Si volvemos a situar el concepto de viaje al principio de todo, en el sentido en el que hablaba Susan Sontag de que los románticos construyeron el yo como un viajero[2], o en el de la función terapéutica del viaje (la que conlleva la necesidad del héroe –del yo- de apropiarse de lo perdido, del otro, de “una dimensión perdida de lo propio”[3]), entonces hemos de entender que al fin y al cabo vida y literatura son viaje, en realidad metaviaje, y todas nuestras reflexiones al respecto (las de cada cual en su traslación o traslaciones particulares) pudieran traslucir ondulaciones de índole casi metafísico. Aunque lo más adecuado será que estas ondulaciones se mantengan dentro del territorio de nuestra metahistoria. Es decir, simplemente, que todo viaje nos recoloca, nos re-ubica tanto en el espacio como en el tiempo, y por lo tanto nos transforma, puesto que no es posible viajar sin transmutación, en una especie de contradictorio, pero real, acto de decoherencia final en el que surge el otro-yo resultante, hasta el que nos han conducido las formulaciones de nuestras búsquedas. Un poco lo que el propio Jorge Carrión ha definido como el “metaviajero”.[4] Pero ahora, la vuelta de tuerca que, a mi entender, propone Carrión es aunar ambas condiciones “meta”: metaviajero y meta-narrador.

A esta doble cara de una misma experiencia se llega en fases, cuyo desarrollo seguramente no coincide punto a punto con la ordenación dentro del libro-pantalla. Primero el autor es el indagador-observador-narrador en tercera persona de las experiencias de viaje vital de sus antecesores familiares (abuelos, padres). Es muy posible que la condición de testigo que adquiere este narrador sea la que implique la necesidad de utilizar como lenguaje y medio comunicativo la sucesión de fotogramas de video, con sus correspondientes textos: como dijimos antes, una fórmula que llamaríamos algo así como “relato gráfico”, pero cuyo ritmo y organización no son los de una novela gráfica propiamente dicha, sino los derivados de una filmación en video. La pantalla por la que vemos en el momento de grabar los acontecimientos y la pantalla en la que veremos el relato filtrado de los mismos condicionan una y otra acción de manera tan determinante que transforma la propia naturaleza de la narración y su estructuración.

Además, la experiencia vital y literaria sufrida por el narrador como mediador-testigo de esos “viajes anteriores a él mismo” constituye para él un viaje propio desde el presente al pasado, con su consiguiente retorno (no hay viaje sin retorno, lo mismo que no lo hay sin mutación: es la contradicción resultante e inevitable, como decíamos, de difícil encaje siempre).

Este es, por un lado, un viaje espacial, geográfico, de norte a sur (de Mataró – Barcelona- a Órgiva –Granada-), en cierta medida infructuoso y frustrante: el recorrido espacial no conduce al buscado destino en el tiempo pasado; el viaje en el tiempo no parece posible ni siquiera en una reconstrucción literaria: “Aquí no hay nada que me revele una presencia” , afirma Carrión en el relato que hace de ese viaje, dentro de la parte del libro-pantalla que constituye una emulación de su propio blog. Por otro lado, y como final de esta Crónica de Viaje, encontramos una reordenación de imágenes, objetivada en forma de álbumes fotográficos, tanto propio como de la historia familiar, y que recomponen la identidad del narrador, dentro de la tradición literaria más romántica y de las interpretaciones sociológicas de la figura del escritor viajero.

Precisamente desde un punto de vista histórico y sociológico, creo que el gran hallazgo de este trabajo es la transmisión de las emociones del desarraigo, de la pérdida de orígenes referenciales, de la des-ubicación motivada por la migración, sin tan apenas nombrar todos estos conceptos, explicando casi solamente cuestiones circunstanciales, que al ir encajando con técnica de montaje audiovisual, emiten un mensaje unificado. Lo que digo, pues, claro, es que Jordi Carrión ha inyectado en una obra literaria rasgos del adn de los procesos creativos que trabajan con imágenes en movimiento. Pero no de una manera superficial. Ha provocado y precipitado en su laboratorio una mutación de la técnica literaria, propósito que él mismo anuncia sin tapujos desde el principio a través de la cita de autoridad incluida en la página de inicio del libro-pantalla titulado Crónica de Viaje:

“Cualquier forma de arte sólo se puede desarrollar mediante mutaciones singulares que son obra de creadores individuales. Si únicamente se utilizan las convenciones tradicionales, el arte de que se trate morirá, y la expansión de cualquier forma artística está condenada a parecer al principio extraña y torpe. Cualquier cosa que crezca tiene que atravesar por etapas incómodas. El creador al que se comprende mal porque viola las convenciones puede replicar: ‘ Te parezco extraño, pero por lo menos estoy vivo´. (Carson McCullers, “La visión compartida”, 1950).

Y la clave, el amalgamador preciso en este procedimiento alquímico, lo ha encontrado Carrión en Google. En realidad lo ha encontrado en la pluridimensionalidad de sentidos y movimientos espacios-temporales que supone Internet, y en la facilidad que la red ofrece para trabajar de manera multimediática, lo cual implica la multiplicación de lenguajes operantes. Y si personificamos ese hallazgo en las posibilidades revolucionarias que aporta Google a las mutaciones de las metodologías del conocimiento y de la comunicación[5] es porque, evidentemente, el gran buscador funciona en estos momentos como cerebro y corazón de la Red. Google es la fuerza electromagnética en la Red. Los algoritmos de búsqueda en Google sobre hipervínculos se trazan y entrelazan como una metáfora genial y espectacular de las sinapsis cerebrales.

Dos líneas de reflexión critica se interconexionan, a mi modo de ver, como cimentación técnica del trabajo de creación desarrollado en Crónica de Viaje. Una, la de la omnipresencia de las pantallas en nuestras vidas y en nuestras comunicaciones, en nuestros modos de relación con el entorno, y sobre cómo todo ello está generando cambios evidentes en los discursos narrativos (algo sobre lo que Jorge Carrión habló por extenso durante su intervención en Escribit – Jornadas sobre Literatura y Nuevas Tecnologías-, celebrado en Zaragoza en octubre de 2009[6]). Las pantallas son las grandes conductoras de la simulación. Más aún, son productoras de realidad. La existencia de la pantalla como soporte ha hecho posible géneros como el “reality”, que está redimensionando sin dudas los parámetros de la ficción. Y la sensación de actualidad e inmediatez que siempre implica la tecnología audiovisual propia de las pantallas, combinada con la universalización de cualquier pantalla posible, está sin duda distorsionando, hasta cambiarlas en profundidad, las coordenadas que ordenaban los discursos narrativos desde el universo clásico hasta las proposiciones teóricamente explosivas de los tiempos de las vanguardias del siglo veinte.

La segunda línea de reflexión es precisamente Google. Lo que ha convertido a Google en el gran buscador no es únicamente su capacidad de procesar miles de millones de páginas-pantallas[7] a través de los hipervínculos existentes entre ellas, sino la pertinencia generalmente válida de los resultados obtenidos. Es decir, el éxito de la búsqueda. Y también la multiplicación de las variantes de esos resultados, lo que equivale a hablar de multiplicación de caminos personalizados. Y también que a esos resultados se puede llegar partiendo de proposiciones de búsqueda relativamente sencillas. Así que, precisamente, porque Google es el paradigma de la búsqueda (y en el inicio de todo viaje hay siempre una búsqueda), Google es también una metáfora del gran viaje, o el gran multiviaje, capaz de reconvertirse y reconvertirnos continuadamente.

Además Google tiene el poder de poner al instante en nuestras manos multiplicidad de fuentes y materiales, que se convierten en nuevos puntos de partida, bien para otras búsquedas, bien para la generación de escenarios en los que ubicarnos. Y en el caso de Crónica de Viaje, Google se convierte por fin en el mismo escenario creativo, en la gramática que organiza los discursos a través de herramientas como la contigüidad (de conceptos y enunciados), o las elipsis entre esos mismos enunciados: una técnica que no sólo tiene que ver con el lenguaje de la pantalla, sino también con la ordenación documental de los resultados que obtenemos en Google al aplicar nuestros (más o menos complejos) algoritmos de búsqueda. Una ordenación que al cabo recuerda a la actitud inocente (antes de que medie la jerarquización conceptual típica, heredada de la tradición filosófica heleno-cristiana occidental) en que el viajero recibe y organiza las impresiones y los conocimientos que va encontrando en el transcurso de su periplo: Google a menudo parece servirse de nuestras empatías, de nuestra inteligencia emocional.

Crónica de Viaje comienza como una pantalla en negro y dos coordenadas de comienzo: “Jorge Carrión”/”Buscar”. El libro, (más bien cuaderno), tiene el formato apaisado de una pantalla panorámica. Cada página (sólo páginas a la derecha; en blanco las de la izquierda, sin numerar –no hay numeración posible en el rollo continuo de Internet-Google-) se organiza como una ventana de Google intervenida por el autor/narrador a su medida. Lícita intervención sobre un Google caracterizado por su plasticidad neuronal.

Así junto a pestañas/escenario googleanas (Página principal, La web, Earth, Mapas, Blogs, Video, iGoogle) aparecen, incluso repetidas aparentemente (aunque seguramente ocultan distintas acepciones), otras distorsionadoras pestañas: Destiny, Person. Cada página se despliega a partir de una búsqueda, que en cada caso se sirve de una formulación y una gramática:

búsqueda del destino propio a través de la enunciación del bi-nombre “jorge carrión jordi” (es la espoleta que parece estar provocando todas las ulteriores búsquedas: la ambivalente identidad del hijo de las migraciones), y que recurre para resolverse, por su imposible definición, a las fotografías de carácter tan real como metafórico;

búsqueda a través de La web de escenarios, teorías, definiciones, cualquier material se diría, que ayude a la comprensión de la ecuación histórica “Catalunya Andalucía literatura migración”;

búsqueda de la identidad y la historia de las personas que originan con su desplazamiento migratorio el trastocamiento de la identidad de cuantos se suceden después: el abuelo José Carrión parece el origen (buscar personas: Person). El resultado obtenido son referencias estáticas, porque la figura sobre la que se realiza la búsqueda pertenece enteramente al pasado (documentos oficiales, fotografías, y una metáfora inicial);

búsqueda nuclear en el testimonio de la abuela Teresa Cervilla, captado en video (claramente el rostro del autor/narrador en el rostro de ella), pasado que llega hasta el presente (la simulación del videorrelato);

los mapas de rutas en Google (cómo llegar a), los mapas de localización del último rastro familiar en el sur/pasado (Google Earth);

el viaje personal en forma de página- blog que sigue el mapa de ruta y llega al mapa Earth del sur/pasado: búsqueda del origen allí;
el viaje de las tres generaciones a cuyo devenir estamos asistiendo hasta la colonia textil donde todo empezó en el norte/pasado (de nuevo la simulación del videorrelato, que ahora incluye el autorretrato final) – y que conduce a la
búsqueda (Person) de la reconstrucción de la identidad del autor-metaviajero-metarrelator a través de la fijación de imágenes de significación celular: la transformación como conclusión, una forma de retorno (en este caso y en cierta forma sobre uno mismo) que como decíamos antes acompaña a todo viaje y que se nutre de todos los tiempos fagocitados[8].


Bien,
Crónica de Viaje es un libro(cuaderno/pantalla) de viaje, sin duda ninguna. Y es un viaje de riesgo: personal y literario. Desde luego una empresa aconvencional. Pero, creo, por fortuna para su autor, que es una aventura absolutamente asimilable ya en las coordenadas del momento histórico-cultural actual, por mucho que el gran acierto último ante el que nos sitúa sea, no el de haber demostrado la influencia de la tecnología contemporánea en los discursos literarios, sino, paradójicamente, el de haber establecido la capacidad de la literatura para simular cualquier escenario y lenguaje pertenecientes a otros lenguajes y ámbitos creativos. Y seguramente tanto lo uno como lo otro ocurre porque en este tiempo nuestro estamos asistiendo al comienzo de la unificación de los lenguajes de la simulación, quizás a la integración futura de la realidad y la simulación: una definitiva des-ubicación, una migración (que es más que un viaje) o sucesivas migraciones en sesión continua (hibridaciones) entre tiempos, espacios, identidades, géneros, quizás sólo discernibles a través de los bookmarks que nos los sitúen en ciertas coordenadas reconocibles para cada cual.[9]









[1] Espigado, M.: “Australia, un viaje”, de Jorge Carrión. En http://afterpost.wordpress.com/2008/04/28/australia-un-viaje-de-jorge-carrion/

[2] “Un yo en búsqueda, sin hogar, cuyos estándares y cuya ciudadanía deriva de un lugar que aún no existe o que nunca existió, un lugar que se entiende como ideal en vez de algo real”

[3] Romero Tobar, L. y Almárcegui Elduayen, P. (coord): Los libros de viaje: realidad vivida y género literario. Akal, 2005. p. 14

[4] Carrión, J. Viaje contra espacio: Juan Goytisolo y W.G. Sebald. Iberoamericana, 2009. pp. 26-29.

[7] Como es sabido, “Google” deriva de “googol”, que en inglés es el nombre que que se da a la cifra '10 elevado a 100' (un uno seguido de 100 ceros). Ver por ejemplo la historia de Google en: http://google.dirson.com/historia.php

[8] “Es este concepto de historia personal y universal que arma aquí Carrión, un concepto de la historia y del tiempo, cercano al que iniciara a finales de los años 60 Robert Smithson, de quien muchas veces hemos hablado en este blog, y que ha sido heredado por multitud de artistas contemporáneos: el tiempo como suma de capas que se dan simultáneamente en cada momento del tiempo, un tiempo que no deshecha la supuesta parte residual de la obra: el proceso de su producción.” Fernández Mallo, A. : “Carrión, Mora, Falcón, 3 poemarios + (Joe Crepúsculo)”. Post en el Blog “El hombre que salió de la tarta” (09/10/2009): http://www.alfaguara.santillana.es/blogs/elhombre/2/blog-post/396/carrion-mora-falcon-3-poemarios-+-joe-crepusculo/
[9] Los libros son archivos de subrayados y, en mi caso, de signos de admiración o de pregunta (herencia de mi pasado ajedrecista: es así como se evalúa la calidad de una jugada): “soy el hijo de todos y cada uno de mis antepasados y es mi destino ser, a cambio, su tardío progenitor”, afirma, solemne, Maalouf (y yo subrayé y yo dibujé una exclamación y un interrogante). Esa solemnidad posiblemente tiene que ver con la conciencia heráldica. El escritor es el último de una familia de escritores. Tiene a su disposición varios libros sobre los muchos siglos de la historia familiar. Y una maleta. Miles de cartas y de cuadernos: el archivo de su abuelo. La memoria es escritura. No sé si fue en Karak (castillo templario y aladinesco) o en Dana (reserva natural y transjordánica) donde anoté –una vez más– que mi familia materna destruyó el baúl de las cartas y las escrituras tras la penúltima mudanza; y que mi abuela materna, la penúltima vez que enfermó, en su habitación, tras una larga charla, me enseñó la vieja maleta con las fotografías y las cartas y los documentos de mi abuelo José. Una maleta vieja, rota, sin glamour. Una caja de cartón sin etiquetas ni orden. De ese material mínimo nació Crónica de viaje, donde he reconstruido la historia de mi abuelo en un híbrido de imagen y texto, en formato Google. Mi abuela no podrá leerlo, porque pertenece a la última generación –que se extingue– de analfabetos españoles. Del vacío materno surgió Australia. A partir de esas ausencias, en fin, quizás he ido construyendo mi obsesión por el registro, la necesidad de almacenar todo lo que escribo y publico, mis álbumes de fotografías, mis backups, los muchos años que le he dedicado a la no ficción, mis colecciones diversas. Aunque, a decir, verdad, siempre he sido un pésimo coleccionista. En la infancia y en la adolescencia compré compulsivamente cromos, sellos, monedas, cómics, juegos de rol, chapas de Spiderman, muestras de minerales y libros. Sólo estos se siguen acumulando en mi vida. De hecho, cuando en 2005 decidí regresar a Mataró después de dos años en diversos lugares de América, la imagen que me empujó con más fuerza fue la de mis libros ordenados en estanterías, después de tanto tiempo en cajas. Me rodean ahora, mientras escribo estas páginas. Soy perfectamente consciente de que su posición en esos anaqueles es absoluta, irrefutablemente provisional. Mi árbol genealógico no tiene raíces. Para él (para ellos) ningún pueblo, cortijo, piso o casa ha significado más que una etapa, un tramo entre dos mudanzas. Soy el primero que se licenció en una universidad. Soy el único que cree en la biblioteca y en el archivo. Se me escapa, no obstante, el porqué de mi persistencia en coleccionar marcadores de lectura, puntos de libro, bookmarks, marcapáginas, porque en realidad utilizo el propio lápiz con que subrayo, cuestiono o admiro para recordar el momento en que la lectura quedó en suspenso, de modo que mi biblioteca es en realidad la cámara criogénica donde decenas de lápices aguardan la reanudación de las lecturas que les darán vida de nuevo, en nuestra era en que los lápices sólo sirven para subrayar, interrogar o exclamar, ya no para escribir” (Carrión, J. “Boormarks”. Rev. Letras Libres. Septiembre, 2009: http://www.letraslibres.com/index.php?art=14029)

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