sábado, 5 de enero de 2008

Más reyes que magos - I


Calle Mallorca de Barcelona


Toda la vida he sabido que los Reyes Magos son unos clasistas convencidos. Y que no pueden dejar de serlo, por muy magos que se crean. Lo aprendí de golpe a los seis años. En el sótano de un elegante edificio novecentista de la barcelonesa calle Mallorca. Yo soy la hija de una de las trabajadoras que se dejaron la juventud cuidando esa casa y a los hijos de la familia que en ella habitaba. Mi madre permaneció allí doce años. Cinco de los seis de aquellos niños de trajes de algodón almidonados pasaron por sus manos. Luego se casó y nací yo. Quizás por eso, los Reyes Magos siempre tenían el detalle de acordarse de mi cuando recalaban durante la larga noche mágica en aquella gran casa. Como era una familia elegante y de muy alta burguesía conservadora ponían un gran árbol en el gran-gran salón. El año en que el yo tuve seis, debajo de ese árbol había una planchita de porte muy moderno, con su luz y su cordón y todo. Era para mi. La recibí alborozada aquel día de Reyes. Era la plancha más chachi que había visto nunca, mucho mejor que la de mi madre, ya un poco anticuada.

Luego, me invitaron a dejar un momento la plancha en el gran-gran recibidor y a bajar al sótano. En el sótano del edificio había un trastero. En el trastero, de bajo techo abuhardillado, al encender la luz, descubrí (mi boca un círculo perfecto) una cocina de tamaño real que los Reyes le habían montado ese año a la hija número seis de aquella familia. Aquella cría era prácticamente de mi misma edad y muchas tardes habíamos jugado juntas. Pero nunca llegué a hacerlo en esa cocina de verdad. De verdad: porque tenía de todo – fregadero, frigorífico, cocina, armarios altos y bajos, vajillas- y todo era muy moderno, como de película. De verdad: porque estaba hecha para el tamaño de una niña de seis años. De verdad: para su dueña, claro. Porque para mi siguió siendo un sueño durante mucho tiempo.

De vuelta a mi barrio, ya al mediodía, aferrada a mi minúscula plancha en el tranvía, creo que Meridiana arriba, sólo pensaba en aquella magnífica y espléndida cocina que nunca volví a ver. Pero no sentía el más mínimo asomo de la envidia. Mi plancha me dio de un plumazo la medida de mi mundo. Y me pareció natural. Lo juro. Era lo normal.

Aquel mismo día, por la tarde, mi madre destapó, con pocos preámbulos, el grave secreto de aquellos Reyes Magos que tan bien sabían lo que correspondía a cada cual. Cansada de que yo preguntara a todas horas por un montón de asuntos que no me encajaban, ni de lejos, respecto a aquellos personajes tan ubicuos, tan rápidos, tan sabios, tan parecidos a tantos actores que yo veía en los espacios dramáticos de televisión, a los que era gran aficionada, mi madre dejó clara la situación. A aquellos padres nuestros la vida no les dio muchas opciones para la imaginación.

Asi que al día siguiente, bajé a la calle –entonces incluso en las ciudades los niños jugábamos en la calle- armada de mi plancha de niña rica, camino del mundo de los adultos: yo sabía que a pesar de no ser nada, mi plancha iba a causar sensación en mi barrio de aluvión: una plancha moderna con luz y cordón y todo. Y fui admirada. Y fui la reina de la calle durante unas horas. Como ya lo había sido el verano anterior, cuando aparecí con la primera “goma de saltar” que se vio por aquellos lares: un invento que yo directamente importé desde la casa de la calle Mallorca. Porque hasta los inocentes juegos de los niños pasan primero por las manos de los ricos.


11 comentarios:

Magda Díaz Morales dijo...

Totalmente cierto Luisa, los Reyes Magos son clasistas. Recuerdo mucho a un niño que era de lo más bello, vivía en una colonia donde estos reyecitos eran como los de la calle Mallorca pero mucho peores porque jamás se acordaron de él, y mientras todos los niños salían a mostrar sus juguetes a la calle, él se escondía tras lo que podía. Cuando fue adulto, un adulto al que yo amé y amo mucho, todo esto le hizo daño y yo pensé en ese momento (cuando me enteré de esto que le había sucedido) justamente lo que tu dices: los inocentes juegos de los niños pasan primero por las manos de los ricos.

Para mi este día era de emoción y alegría. No me daba cuenta de muchas cosas que hoy quisiera que no existieran...

Un abrazo para ti.

entrenomadas dijo...

Sí, tienes toda la razón. Un análisis lucido, real y magistralmente narrado.

Besos

Anónimo dijo...

Qué recuerdos! yo también tuve 6 años en Barcelona, y veo todavía el escaparate de una tienda de juguetes que había en la calle Aragón (al lado de las Escolapias, y de su señorita Neus), con la caja enorme que contenía la vajilla de duralex de color ambar (sí, la de todas las casas de antes, y hablan ahora de globalización, je, je) y mi insistencia en asomarme allí y en pegar la nariz al cristal, y en tirar de mi abuela para que no se me llevara... Y después de la cabalgata, y del metro, y del cansancio... y de una noche de nervios... tuve mi vajilla (que le hubiera quedado que ni pintada a la cocina de la sexta niña... aunque seguro que ya la tenía). En mi caso, el contacto con los "ricos" era también muy cercano... mis propios primos, que han cambiado sus juguetes de ricos por coches y pisos de ricos con los que tampoco puedo soñar ahora. Un beso y gracias, porque me ha gustado muchísimo. Patri.

Lucía dijo...

Hermoso relato, Luisa, la esencia misma de la vida. Me ha hecho recordar muchas cosas.
Mi contacto con los ricos, al igual que Patri, también es a través de primos. Reconozco que una vez sentí envidia de unos patines de bota blanca que le regalaron a mi prima pero se me pasó enseguida.
Besos y feliz noche.

ybris dijo...

Pues da rabia que la magia de los reyes magos sea tan conservadora como para no cambiar las cosas un poco.
Intentaremos hacer nosotros lo que ellos no pueden.

Besos

39escalones dijo...

Claro que son clasistas: por reyes (¿alguien ha visto un rey que no lo sea?) y por magos (¿alguien ha visto a un mago haciendo trucos con la sota de oros?). Nunca he tenido contacto con los ricos, así que no tengo experiencias parecidas. A mí la revelación del clasismo de los reyes fue cuando me dijeron que los reyes pasaban de largo de los niños cuyos padres habían sido despedidos de sus empresas en los primeros 80, al paro con 43 tacos y sin ofertas de trabajo. Así que aprendí a no esperar nada, ni en reyes, ni el resto del año. Qué triste, ¿no? Pues no, era un poco como dices tú; lo natural. Creo que de niños tenemos más facilidad para asumir ciertas cosas sin los prejuicios de los adultos.

Besos

Luisamiñana dijo...

Querida Magda, me alegro un montón de que tu infancia tuviera días alegres en estas fechas. Eso es magnífico. Me encanta ver las caras de los críos cuando van a abrir los juguetes. Y como a ti me gustaría que esas caras pudieran ser iguales para todos los crios de este mundo. Un gran abrazo.

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Gracias Marta por las apreciaciones. No sé si es un análisis lúcido, pero es bastante real, creo. Por lo menos de allí viene. Hoy en día seguramente haya que explicarlo en otros parámetros, pero el hecho sigue siendo para muchos igual. Un besito.

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¡Patri!, qué coincidencia. Me encantan estas coincidencias. Tu historia está fantástica, sugerente, tierna y además... acabó bien, ja, ja... A pesar de los primos ricos y las desigualdades existentes. Un peto, ja, ja... Un abrazo.

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Lucía, unos patines de bota blanca eran todo un regalo... no me extraña que te atacara la envidia. Así son las cosas. Pero los niños ven estas cosas también de otra manera. A veces, cuando somos adultos es cuando entendemos lo que realmente significaban. Un beso.

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Gracias por tu actitud positiva, Ybris. Es una buena manera de plantearlo, sí. Hay que intentar cambiar esas cosas injustas. Besos, besos.

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Sí, Escalones, creo de niños asumimos mejor algunas cosas. Yo también tuve algún año de esos, sin reyes. Bueno, con un único regalo que vino de algún familiar y que me regaló una hucha...todo un símbolo. Pero recuerdo que lo entendí y todo, ja, ja,... Tendríamos que habernos tomado un trozo de roscón todos juntos este año. Qué tontos. Un beso.

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Anónimo dijo...

¿Sabes lo peor?, el morderte la lengua cuando tu das lo que crees justo y en medida y tu hijo te compara con aquellos que reciben el oro y el moro. Lo tengan o no, que ahora ya sabes que casi todo se congigue....
Ah, si.
Ah, y se que Patri sabe de lo que habla.
Regalos..que mundo tan complejo.
Besicos bisiesteros.

Luisamiñana dijo...

Sí, Mima, esas seguramente son las diferencias de ahora respecto a los tiempos que yo recuerdo. Ahora, para nuestros niños occidentales -aunque no para todos tampoco, claro-, casi todo es factible. Y están todo el rato comparando, y no entienden que no siempre pueden tenerlo todo.
La apreciación de Patri ha sido muy sabia, sí. Seguro que mucho más vivida que la mía, fruto de las situaciones puntuales de algunos años que luego pasaron.
Un besote con sol.

Doberka dijo...

Hola Luisa, me alegra pensar que de algún modo tu historia con sus majestades acabó de la manera más positiva. La mía no lo fue tanto. Recuerdo que tendría unos cuatro años, y mis hermanos y yo, esa noche, tal y como mi madre nos recomendó, dejamos nuestros zapatos en la ventana para que los reyes supieran que en nuestra casa había tres niños y dejara los tres regalos. Así lo hicimos con toda la ilusión del mundo, pero nuestra curiosidad por ver a los reyes nos mantuvo despiertos más de lo acostumbrado, sobre todo a mi hermana que tenía seis años y a mí, con el consiguiente enfado de mi padre. Que se levantó nos gritó acaloradamente y nos mandó a la cama amenazando con quitar los dichosos zapatos. Al día siguiente muy temprano, no podíamos esperar más en la cama y, a pesar de que mis padres aún dormían, nos levantamos y fuimos a ver qué regalos nos habían dejado (la verdad ni me acuerdo qué pedí) . Abrimos la ventana pero los zapatos seguían vacíos para nuestra desilusión y desesperación. Debimos despertar a mis padres antes de lo que ellos esperaban y a mi padre no se le ocurrió otra cosa que decirnos muy enfadado que no nos habían dejado regalos porque éramos malos, y a los niños malos sólo les dejaban carbón, y eso hizo: darnos carbón, así que imagínate la cara que se nos quedó a los tres. No sabíamos que el carbón era de caramelo, pero eso fue lo de menos, porque la pobre de mi madre se alteró por la forma en que actuó mi padre y lo recriminó, mientras él se vestía. Entonces, aún se enfadó más. Nos sentó de golpe encima de la cama y nos dijo: Ya se acabaron las tonterías en esta casa. Yo os voy a decir quienes son los reyes: los reyes son papá, mamá y el bolsillo (lógicamente lo del bolsillo no lo entendíamos). A esas alturas de la conversación recuerdo que yo intentaba no cerrar los ojos para que las lagrimas no resbalaran por mi cara, pero fue inevitable. Me preguntó: “¿y a ti que te pasa?” Y le contesté: “¿por qué soy mala?” . Y entonces mi padre se fue dando un fuerte portazo y dejando a mi madre sola con el papelón de tener que explicarnos la verdad mientras, intentaba calmarnos pero con más cariño y paciencia. A nuestra manera lo entendimos perfectamente. Después mi madre nos dio unos cuentos y unas pinturas para colorear los dibujos, que disfrutamos al máximo, pero yo no olvidé la crueldad con que mi padre nos culpó de su propia frustración y al mismo tiempo borró nuestra ilusión por los reyes magos.
Muchos besos Luisa para ti y para Daniel y Fernando. Y perdona la extensión de mi comentario.

Luisamiñana dijo...

A veces los RRMM no sólo son clasistas, son crueles. Nadie tiene derecho a robarle la ilusión y la esperanza a un niño. Un gran abrazo, Doberka.