Leonard Cohen es azul. Las historias de la música de Leonard Cohen son azules. La tarde era azul y otoñal: verano como un otoño ante la arquitectura del pabellón Príncipe Felipe, mientras esperábamos a Leonard Cohen. Y todos sabíamos que íbamos a volvernos azules allí dentro. En cuanto L.C. invadiera con su voz de alquitrán las gradas del pabellón, íbamos a volvernos azules y esenciales. Todas las historias y todos los personajes son profundamente significantes. Cualquier momento y gesto son esenciales. Ni un solo segundo carece de perfil ni de sombra.
F. Sarría sintió lo azul ya mientras todos hacíamos cola para entrar a encontrarnos con Leonard Cohen. Sintió lo azul y luego ha escrito el poema que le he pedido prestado y que él también ha incluido en su blog. Sintió lo azul y pensó que en lo azul estaba la lluvia y el alquitrán y todo cuanto llega y cuanto se marcha. Temblor.
Marta Navarro sintió lo azul y me ha dicho esta mañana, bajo el sol, mientras tomábamos un café, que quería irse a cenar una noche con Leonard Cohen, porque lo azul es tan elegante como frágil y porque la sabiduría es fundamentalmente azul. El azul es belleza.
La voz de Leonard Cohen está intacta. El espectáculo está medido al mílimetro, aunque no se note. La emoción no vino sola, porque cada detalle era buscado. Un trabajo tan bien hecho, tan generosamente preparado, tan cuidado, tan imaginativo: los músicos espléndidos, necesarios, para quitarse el sombrero (como hacía cada dos por tres Leonard Cohen, tan afinado). Y entre los músicos, Javier Mas, extraordinario, que ha llegado junto a Cohen desde Zaragoza después de prestar su música a otros, como María del Mar Bonet. Ha vuelto a Zaragoza con Cohen.
Pero prefiero un post sólo de emociones. La prensa ha dicho cosas muy acertadas sobre el concierto de Leonard Cohen ayer en Zaragoza. Heraldo, por ejemplo, y El Periódico. Esos detalles, allí están. Aquí la emoción, el disfrute, la magia. Y el poema anunciado:
Cuando amar es un pecado venial.
Esperar en la cola de Cohen, ¡somos tantos!,
movidos a una como un álamo en el aire,
- ¿por qué todos los vientos traen otoños aferrados a las nubes? -
preparados para deshacer todas las caricias y rehacerlas de nuevo,
así son los verbos que forjan la trama,
los que hacen de la noche “lo inolvidable”.
Tras de mí un fondo de anhelo,
el decorado perfecto donde escaparnos a hurtadillas.
Su voz, la de él, es del silencio, la llama en el instante,
el arbusto arbolado donde disipar todas las pequeñas iras.
Consigue trasladarme cerca del punto de no retorno.
Álgido entre las silabas prendidas al aroma de las flores,
septiembre puede ser de luz o de olvido,
o la sabia medida de la piel,
también el suave deleite de pasear junto a un río
sobre el que los puentes son para la lluvia.
No tener que preguntar por el ayer,
lo recóndito, el tumulto de arena que nos hace ser como somos,
aunque sepamos que todo ésto no deja de ser un juego.
Un juego donde siempre al final lo perderemos todo.
Él, de negro, vino y abrió las puertas de una ciudad,
la que se habita de vez en cuando,
como esos milagros
en los que todos hallamos algo para recordar, “lo inolvidable”.
Esperar en la cola de Cohen, ¡somos tantos!,
movidos a una como un álamo en el aire,
- ¿por qué todos los vientos traen otoños aferrados a las nubes? -
preparados para deshacer todas las caricias y rehacerlas de nuevo,
así son los verbos que forjan la trama,
los que hacen de la noche “lo inolvidable”.
Tras de mí un fondo de anhelo,
el decorado perfecto donde escaparnos a hurtadillas.
Su voz, la de él, es del silencio, la llama en el instante,
el arbusto arbolado donde disipar todas las pequeñas iras.
Consigue trasladarme cerca del punto de no retorno.
Álgido entre las silabas prendidas al aroma de las flores,
septiembre puede ser de luz o de olvido,
o la sabia medida de la piel,
también el suave deleite de pasear junto a un río
sobre el que los puentes son para la lluvia.
No tener que preguntar por el ayer,
lo recóndito, el tumulto de arena que nos hace ser como somos,
aunque sepamos que todo ésto no deja de ser un juego.
Un juego donde siempre al final lo perderemos todo.
Él, de negro, vino y abrió las puertas de una ciudad,
la que se habita de vez en cuando,
como esos milagros
en los que todos hallamos algo para recordar, “lo inolvidable”.
5 comentarios:
Se palpa, Luisa.
Más que crónica tu entrada.
A veces un color dice más que muchas crónicas.
He buscado el libro que tenía con las letras de Cohen y no lo encuentro. Tendré que buscar mejor.
Para mí ese hombre es un susurro de poemas.
Creo que para vosotros también lo ha sido.
Besos.
Preciosa crónica la de Fernando y preciosa la tuya.
Informar es una cosa; compartir lo sentido, otra.
Un saludo.
Cohen es maravilloso, es un poeta que te cambia la vida con sus historias. Tiene la elegancia de quien no tiene que hacer gestos de más para pervivir en la piel de quien le escucha.
Gracias por la "crónica".
Un abrazo súper.
Fue fantástico, amigos. Visto al cabo de las horas todavía resulta más estupendo. Me arrodillo, señor Cohen.
Yo sólo digo una cosa "Ponga un Cohen en su vida", las cosas se ven de otra manera.
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